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Buga. In memorian

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Buga. In memorian

“Buga. In memorian”IDENTIDAD_
Por Alejandra Esguerra
Egresada de la Escuela de Comunicación Social*
Universidad del Valle
Texto publicado en la Revista Ciudad Vaga
CORRESPONSALES

 

Fotografía: Carolina Cifuentes

 

 

La Casa de la Cultura de Buga es una de esas casas viejas que vale la pena conservar no sólo en una fotografía en blanco y negro sino como patrimonio palpable de un pueblo. El piso rojo resalta en medio de las paredes blancas. Bancas de madera, repartidas a lo largo de cuatro corredores, enmarcan la alameda que emerge justo en el centro. Todos los viernes en la noche, desde hace dos meses, éste ha sido el escenario de Bugarte, un proyecto que pretende abrirle un espacio a las artes visuales.

A dos calles se alza la que a mediados del siglo XVIII fuera la capilla de los jesuitas. Hoy, desde hace casi 21 años, es la sede Regional de la Universidad del Valle. La prioridad de aquel entonces era adecuar las instalaciones y ampliar la oferta académica. A la fecha, la universidad sueña con seguir extendiendo los planes de estudios y con su sede propia. La relativa estabilidad que sustenta le ha permitido ocuparse de otros aspectos no académicos, entre ellos la creación de Cinecafé: El patio. Los miércoles en la noche, la cafetería se transforma: los parasoles se guardan, en el centro reina el video beam y al frente el telón. El menú es especial: películas de cinearte. David Lynch es el director elegido para el primer ciclo. Este espacio, promovido desde Bienestar Universitario por el profesor Guillermo Villegas, reúne cerca de 40 personas, entre estudiantes y docentes. Todos en sus sillas rimax y preparados para disfrutar la proyección.

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Archivo Histórico

La historia de los cine-clubes en Univalle Buga se retoma a los primeros años de la década del 90, una historia discontinua y, al parecer, faltas de hitos que ameriten recordarla. Guillermo Villegas no encuentra mucho que decir. Cuando está a punto de meterse un cigarro a la boca, la situación da un vuelco: la que parecía ser una conversación institucional se ha convertido en un viaje por la Buga de los años 60 y 70.

Hoy es viernes de Bugarte. La cita es a las 6:30 de la tarde, pero la mayoría de las personas no llega sino hasta pasadas las 7. La noche está fría, aún quedan en el ambiente los rastros de la lluvia. Los asistentes llegan con dulces, gaseosas y cervezas, las provisiones necesarias para las dos próximas dos horas y media. Al final el público asciende a 50 personas, en su mayoría jóvenes entre 15 y 25 años.

Aunque en otras ocasiones esta cifra se hubiera duplicado, Andrea López –directora del proyecto- se muestra satisfecha. La velada inicia sobre una reseña sobre el futurismo y la exposición fotográfica “Neurosis”, muestra de videos experimentales, filminutos y sonovisos, realizados por estudiantes de la Universidad del Valle, sede Meléndez. En repetidas ocasiones la proyección se detiene para dar paso a los comentarios del público, un público amilanado por el frío. En medio del silencio, alguien suelta una carcajada que es continuada por el resto: las palabras escasean pero la risa abunda. Como plato fuerte: “Todo sobre mi madre”, del español Pedro Almodóvar.

Andrea es estudiante de artes visuales de la Universidad del Valle. Si uno la ve distraída por la calle, tal vez va pensando en el viento o en las líneas dibujadas sobre el asfalto, porque gracias a su carrera todo el tiempo uno está atento a los detalles, mira cómo el viento puede transformar muchas cosas aquí y en el centro puede estar haciendo otras. Consigo lleva 19 años de vida y la inesperable preocupación por pensar la ciudad. Su paso por la academia le ha brindado la oportunidad de cavilar su experiencia a partir de nuevas perspectivas. En dicho proceso, Buga ha sido un escenario esencial.

El Cinecafé ha pasado a un segundo plano. Eduardo Romero y Francisco Vélez, colegas de Guillermo Villegas, se ha unido a la charla. Ahora es más importante hablar sobre los teatros que – después de la Basílica y el Parque Cabal – eran los mayores referentes de su ciudad. Y sí, “eran”, porque la historia de los teatros tradicionales en Buga –como en el resto del país- está llegando a su fin. No obstante, sus palabras son tan vivas, que por un momento parece que el calendario no hubiera pasado, tal vez hoy sea un domingo de finales del 70, entre tres y cuatro de la tarde, cuando la calle del Teatro María Cristina –ahora Cinema Centro- era un hervidero de muchachos; tal vez ellos sean los mismos jóvenes que cubrieron sus rostros cuando fueron sorprendidos –a media noche- haciendo una fila de dos cuadras en el Teatro Municipal para ver “Mazurca en la cama”, una película dizque porno, aunque no muestra más que tetas y culos.

Pocos minutos después, el profesor Gerardo Valdés ingresa al salón. Sus compañeros lo invitan a la tertulia. Haciendo alarde del par de años que les lleva por delante, comenta cómo la admisión al Teatro María Cristina era un derecho que se reservaban sus propietarios, porque aquellos que no pertenecíamos a la élite bugueña debíamos ir a los teatros de menor categoría: el Granada y el Buga. La fama del primero se debía a su ubicación en un sector de bodegas, cerca al parqueadero de los buses intermunicipales y a la galería. Por su parte, el Teatro Buga llegó a ser considerado un lugar de repudio público y placer privado, tanto así que los padres prohibían a sus hijos transitar por ese andén. Pero la fuerza santificadora de alguna religión –de esas que abundan- se adueñó del local desde hace cuatro meses y exorcizó al demonio de la pornografía. Del Teatro Buga sólo queda la sombra de su nombre sobre una fachada amarilla.

El profe Francisco Veléz creció frente al Teatro Santa Bárbara, de los mismos dueños de María Cristina. Era una obra de arte. Absolutamente moderno para la época. El más grande, con capacidad para 1500 personas y más de 25 metros de alto. Una sala toda en concreto. La construcción de la capital de Brasil significó la apertura de una nueva línea arquitectónica. A pesar de la distancia tanto física como cultural que separan a Buga de Brasilia, la galería La Satélite, el pabellón de carnes y el Teatro Santa Bárbara, fueron los herederos bugueños de esta arquitectura. Se trataba del Cemento Portland, un tipo de cemento que se deja a la vista.

En el Teatro María Cristina presentaban cine europeo y mexicano. Una o dos semanas más tarde y con presencia más marcada del mexicano, estás películas llegaban a la cartelera del Santa Bárbara. Es que el público allí era más popular y algunos no sabían leer las traducciones de las películas europeas. En su época oscura -¿o más “ardiente”?- en el Santa Bárbara se proyectaron películas porno, pero el rojo del cine se trasladó a sus estrato financieros. Hoy –tal como lo anuncia un cartel pintado a mano y pegado en una ventana del local- funciona como sala de cine los fines de semana y como eventual salón para reuniones sociales.

Buga In memorian - Cine - Carolina Cifuentes

Andrea López conoció el Teatro María Cristina cuando era ya Cinema Centro, cuando había cambiado de dueños y hasta de asientos. La emoción de aquel momento regresa. Su mirada parece más viva que antes. Aunque ella no lo note, en su rostro se ha dibujado una sonrisa y sus pómulos ahora hacen juego con el fucsia de su cabello y de su labial. Cinema Centro me marcó. Allí fui a cine por primera vez, fui a ver el Rey león con mi papá…Como casi no permanecía con él, sentí mayor alegría. Duré dos semanas hablando de la película. Tal vez su elección profesional y el empeño puesto en Bugarte germinaron aquel día, junto al Rey León y a su papá.

“Todo sobre mi madre” llega a su fin. Cinco minutos de alboroto mientras el público se pone de pie, pregunta cuál va a ser la próxima película, se despiden y salen de la Casa de la Cultura. El pavimento húmedo hace más oscura la noche. La normalidad regresa: hasta aquí llega Bugarte… por hoy, porque la próxima cita será el viernes siguiente.

Buga se ha ido transformado frente a la mirada indiferente de sus hijos. Unos hijos que apenas empiezan a darse cuenta de la magnitud de los cambios. A Finales del año pasado se inauguró Carrefour, y alrededor de él pronto estará el Centro Comercial Buga Plaza. El proyecto incluye salas de cine. Nadie se atreve a responder con seguridad qué va a suceder con la llegada de los centros comerciales, de pronto los jóvenes sí van a estar en esas salas de cine. Lo único claro es que el Cinema Centro, la sala de cine que aún sobrevive y lo más cercano a los antiguos teatros, quedará fuera del mercado, comenta el profe Guillermo mientras enciende el segundo cigarro. Para los jóvenes bugueños de los años 60 y 70, la vida social transcurría alrededor de los teatros, donde pasaban los fines de semana luciendo sus mejores pintas y sus estrategias de conquista; para Andrea López, transcurría alrededor del Cinema Centro y de los parques, del parque Cabal donde solía comer cholao con sus abuelos o del parque del barrio La Esperanza donde jugaba con sus amigos.

¿Y qué queda? De los teatros, muy poco: fantasmas, sombras, algún titular en un diario amarillento, una que otra fotografía… En medio de tantos baches en la memoria, el Teatro Municipal –heredero de la Arquitectura Neoclásica Republicana- está en proceso de restauración. Lo más probable es que sus puertas no se vuelvan a abrir para la proyección de ninguna película, pero existirá como referente en las próximas generaciones. Ojalá su nombre no se hospede en el olvido como sucedió con el Teatro Montúfa: de él no quedan ni las cenizas de su incineración en la década del 50.

Para Guillermo Villegas y sus contemporáneos queda la alegría de recordar nombres como el de don Guillermo Rojas y el de Harito, los porteros alcahuetas del Teatro María Cristina y del Municipal. Entre risas, evocan a la señorita Plata, la taquillera de toda la vida del María Cristina, y a María Ester Azcárate, administradora del mismo y responsable de que Eduardo Romero –en su niñez- no terminara de ver “Isabel Duque, esa gitana”, porque tenía una escena de un desnudo encima de un caballo y ella me sacó. Queda la esperanza de que la llegada de la modernidad a Buga no arrase con la poca memoria de sus habitantes.

Para Andrea López queda la necesidad de continuar su búsqueda, la inquietud permanente de cómo transformar la conciencia de esa Buga a la que adora por ser su cuna pero que está siendo consumida por las imposiciones comerciales. Me gustaría que Bugarte llegara a la Plazoleta de la Basílica o al parque Cabal, donde hay mucha gente. Que también nos impongamos con nuestras propuestas y con nuestros pensamientos sobre la ciudad.

Queda el aroma de la memoria, esa mezcla de madera y lluvia, de polvo y comején. El telón se abre de nuevo, pero no es el telón del extinguido Teatro Buga o del moribundo Santa Bárbara… es el de Cinema Centro, el de Bugarte y el de CineCafé: El Patio. Más adelante serán los de Buga Plaza.