¿Cómo hablar después de Auschwitz?
Reseña de Adiós al Lenguaje de Jean Luc Godard.
Por Juan Camilo Cruz
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Entramos en la escena de Godard, uno de los cineastas con más trayectoria y reconocimiento a nivel global. Si no el más reconocido, por lo menos uno que ha incursionado en diversidad de formatos con películas pluriformes, distintas estéticas y narrativas a lo largo de su vida. Se reconocen del autor, al menos tres etapas. El Godard de la Nueva Ola Francesa, el Godard maoísta comprometido con la propuesta rusa de cine constructivista y reflexivo y el Godard deconstructor, el de final de su obra que arremete contra la sociedad contemporánea y los lenguajes cinematográficos. Adiós al Lenguaje hace parte de esta última escena, en la que la interpretación del espectador, constructor de sentido, articula parte de un discurso que florece gracias a la desconexión y la incongruencia. Es el terreno de la especulación y vamos a especular.
Adiós al Lenguaje es una película de no ficción en el espacio indeterminado entre el documental y la ficción experimental que tiene como trama central la historia de dos amantes que están siendo perseguidos por el esposo de la mujer de la pareja. De las conversaciones y los avatares en medio del proceso, de las dudas existenciales y posturas políticas, de la naturaleza y la metáfora. Todo esto, sí, ¡pero desde la mirada de un perro!
Un asunto interesante de la obra es la deliberada intención del autor por dejar abierto el sentido de los signos inconexos (aparentemente) que se muestran al inicio. Más allá del ensayo y más allá de experimentación, Godard vaga por los interdictos de la imagen sin hacer ningún tipo de énfasis en la narración de la historia que cuenta. Lo que se sustenta en la máxima del inicio de la película “aquellos que no tienen imaginación se refugian en la realidad”; la vuelta de la tuerca, el giro de la interpretación que presenta la realidad como un delirio. Tanto así, que por momentos, pareciera que hace juego de la relación del “nombre” de Godard con la cultura, obligando al espectador a encontrar conexiones a la fuerza con la premisa mental de que hay algo oculto; de que existe una abstracción no considerada en este viaje fantasmal por la imagen.
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Hay un juego de pixelación, de saturación, de la repetición, de imágenes fragmentadas de carros, viajes en carretera, nieve y signos al azar, de imágenes al revés. de cambios de color arbitrario, de la imagen de archivo tratada, de imágenes ralentizadas que parecen errores de edición (así como sonidos que desaparecen de los canales). Un uso de retóricas de apariencia injustificado pero que mediadas por la visión del animal parecen cobrar un sentido autorreflexivo de la pregunta por el signo. Y más que nada, de la pregunta por el nuevo signo, algo similar a lo que se podría pensar de un cine ruso en tiempos de la nanotecnología
La imagen camina por su lado (casi todo el tiempo, cuando no cumple un papel complementario pero nunca indicativo) mientras voces diegéticas divagan por la filosofía, la historia, la crisis, la nanotecnología; a veces la imagen toma la posición de lo performático (un proto-protagonista levanta un Smartphone mientras se enuncia un poema monológico). Cada pregunta toma el lugar de lo trascendente, la propia vida, la angustia en cuestiones conceptuales que fuera de contexto parecieran marcar los límites de los aconteceres de los sujetos; por lo que, sin pensarlo, la acción ilocutiva de la palabra desaparece y todo es un mar de sinsentido que atrapa (la mirada del perro, por supuesto). En estos términos Godard rompe con los nuevos arquetipos de construcción de cine; por ejemplo cuando inicia una argumentación de forma descriptiva y rompe las reglas del formato sin preocuparse por la congruencia necesaria de lo absurdo.
Entonces aparece el signo de la Segunda Guerra Mundial, la guerra que rompió el discurso racional; hace entonces un balance de la época: Hitler no inventó nada.
Godard quiere responder a la pregunta “¿Cómo hablar después de Auschwitz?” Y responde: Como un perro. Ya que aquel de presencia constante al mundo de los signos humanos ha intentado hablarle al hombre durante siglos sin poder.
Así se van dejando signos al azar: el perro, la pregunta sobre África, las nubes, el buque que navega a América, las parejas y los libros. Hay conversaciones de otro mundo, fuera del lenguaje, sin desarrollo. Charlas sobre nada. Esta sección introductoria se combina con lo externo y lo menos sospechado va cobrando relevancia. El montaje por su parte compara lo mejor y lo peor, lo nuevo y la Historia, el desdén y la guerra todo parte de lo mismo en dimensiones vertovianas. Comienzan entonces a emerger las primeras conexiones entre signos, que mediante estrategias magistrales hacen de la película algo propositivo en la mente del signo roto, puro, fresco para unirse a una nueva madeja de sentido. Paradójicamente se empieza a hablar de forma más directa, comienza a emerger la denotación de un acontecimiento, la historia poco a poco. Una historia para ver lento.
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Hay una metanarración en la circunstancia de la pareja, la huída del marido de ella, que ya está planteada para el momento. Este cine de Godard rompe con la metáfora que no está en el cine ni en la realidad. La cámara en las conversaciones referencia más al acto que al pensamiento. Está quieta, esperando en una esquina en tomas diagonales cualquier cosa. Entran y salen imágenes y personajes sin un hilo claro mientras de algo se habla. Algo así como lo que puede pensar alguien en un trayecto en bus y de las imágenes mentales que se proyectan en un su cabeza como un palimpsesto de lo absoluto.
Por un momento, los signos se unen, la historia y la elucubración conceptual que hacen de Adios al Lenguaje una obra singular. Una totalidad que conecta el principio con el final, o mejor dicho, cualquier parte con cualquier parte para construir el significado de la narración. Una deconstrucción que construye, un porque sí que no lo es del todo. Sólo al final las nubes son la mirada del perro, el perro es el camarógrafo, el buque es la huída y África era el lugar donde vivió el amante. Y a este ritmo evoluciona la pareja, entre la desesperación del significado (de ella) y las aspiraciones por la igualdad (de él). Es decir, una discusión imposible, por lo que lo que la conversación conversa es la conversación misma. Y justo en el momento en el que ambos sujetos se comprenden (“todos tendrán un intérprete”) la aventura se acaba. La amante vuelve con su esposo que la castiga, y todo termina en tragedia.
Adios al Lenguaje baila entre el hacer, el pensar y el decir. Con metáforas grandilocuentes que repiten en la cabeza sobre temas conectados en la complejidad que la materialidad permite. Unido, investigado y nada y todo (a veces). Un pensamiento sobre el todo que no lo abarca, que sigue lo maravilloso y lo trivial; sin designar; mostrando, pero sin palabras (que son también objeto). Como mirando el lenguaje sin lenguaje. Mirando por mirar la mirada.
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Juan Camilo Cruz
Estudiante de la Escuela de Comunicación Social de la Universidad del Valle. Cineclubista del Cineclub Caligari.