El cine mutante y la postproducción de deseo
Variaciones políticas para otros cuerpos
Por Lucía Diegó
[textmarker color=»F76B00″ type=»background color»]ENSAYO[/textmarker]
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El ejercicio político pasa por el ejercicio de la representación. Antes que sujetos políticos somos sujetos de representación. Es decir, sujetos de transvertimiento. O, para decirlo de otra forma, sujetos que se vierten en el espacio social, que vierten su contenido sensorial, psíquico, mental, espiritual, sobre el entramado de las relaciones, de la misma manera que se vierte la sangre, la saliva, la mierda, la orina, el sudor. Una vez vertidos y vertidas generamos una sensación de ser-en-el-mundo. Es decir, representamos todo eso que no se puede ver en el cuerpo físico biológico.
El cuerpo propuesto por la norma heterocentrada, es decir, el cuerpo direccionado hacia los procedimientos regulados del ser hombre y el ser mujer, se convierte en muchos cuerpos por medio del transvertimiento, de la abyección. Deja de ser un solo cuerpo inmutable para convertirse en muchos cuerpos, digamos, mutantes. El cuerpo (hétero) normativizado transporta las características externas hacia el interior, adecuando sus formas de pensar, de actuar, de sentir, a los lineamientos dictados por la cultura heterocentrada, generando así una ilusión de ser. Los cuerpos mutantes, en cambio, vierten su contenido en el mundo, generando un delirio del ser.
La ilusión establece una dicotomía que contrapone lo real a lo ficcional. Se es real o se es ficcional, pero no las dos. En vez de ilusión, espejismo, prefiero el delirio, pues éste anula dicha dicotomía; se ubica en el plano de la ilusión, pero para llegar a él es necesaria la fiebre, que es un síntoma corporal físico y tangible. Es decir, el cuerpo regulado adopta síntomas que no le pertenecen; los cuerpos mutantes, en cambio, tienen vida propia, respiran, se mueven, palpitan a su antojo, se vierten al mundo, lo alimentan.
Yo tenía un cuerpo. Desde antes de nacer tenía un cuerpo. Ahora tengo tantos que olvido sus nombres. De tanto tener cuerpos devengo mutante. Es decir, soy muchos cuerpos en delirio. Soy, por ejemplo, Marilyn Chambers en Rabid (1977) de Cronenberg: luego de un accidente en una moto, la mujer que representa Chambers es intervenida quirúrgicamente; al despertar, descubre una protuberancia en forma de gusano o pene dentado que sale de su axila izquierda y que, bajo excitación, comienza a sentir sed de sangre, de penetración.
Adicionemos a esto otro dato: Marilyn Chambers era actriz porno, y lo siguió siendo luego de su participación en Rabid. El ejercicio de un doble transvertimiento es claro. De actriz porno se vierte en actriz cronenbergniana y allí, mientras hace el papel de mujer, se vierte en mutante, en poseedora de un pene devorador que se lanza con violencia sobre el cuerpo de quienes la seducen. La violencia contra el cuerpo, contra ese cuerpo, también se hace presente en Acción mutante (1993) de Alex de la Iglesia, donde un grupo de seres deformes pretende vengarse de los ricos y guapos: “No queremos oler bien, no queremos adelgazar (dice Ramón Yarritu, jefe de la banda)… sólo quedamos nosotros amigos míos, todo el mundo es tonto o moderno, ¡Somos mutantes, no pijos de playa ni maricones diseño!”.
Aquí el cuerpo se desfigura en personajes discapacitados, bien sea con deficiencias mentales o físicas. Dichos cuerpos, expulsados, abyectos, hacen parte de una guerrilla mutante que, a través de la violencia, propone la destrucción del cuerpo regulado del deber ser cultural. Fragmentar el cuerpo, representar un mundo de la deformidad, como dice Patricia, la víctima que luego se convierte en aliada de los mutantes: un mundo en el que la mutilación nos haga iguales. Y, en efecto, la petición de Patricia se cumple cuando, al final de la película, pierde uno de sus brazos. Queda en igualdad de condiciones que Alex Abadie, un mutante que ha desgarrado su brazo al separarse de su hermano siamés. La posibilidad del amor entre Alex y Patricia está garantizada gracias a la mutilación.
Soy también la doctora Elizabeth Shaw en Prometheus (2012) de Ridley Scott. Luego de tener sexo con su esposo infectado, la doctora queda embarazada. Al enterarse corre a la sala de operaciones de la nave y utiliza la máquina-robot de cirugías. Pide una cesárea y la máquina le anuncia que sólo está calibrada para pacientes masculinos hombres. Entonces, la doctora Shaw, en lo que resulta ser la metáfora más bellamente elaborada sobre el aborto, le pide a la máquina una cirugía abdominal, para sacar de su vientre un cuerpo extraño. De su vientre es extraído un ser extraño, producto de una mutación; de la misma manera que muchas mujeres, por decisión propia, se niegan a dar cumplimiento a su embarazo. La maternidad en la doctora Shaw es rechazada, es transvertida sobre la decisión personal de mantenerse con vida.
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Pero no sólo del aborto se habla en Prometheus. El acto sexual mutante es la forma más explícita de transfiguración del cuerpo como genitalidad, que aparece en la película. La sexualidad como la conocemos se fundamenta en el ejercicio de la reproducción. Y para que haya reproducción es necesaria la cópula, la introducción del aparato sexual masculino en el aparato sexual femenino. En Prometheus la genitalidad se pierde, a medida que las masas mutantes en conflicto copulan por medio de los golpes, los roces, los cortes, en lo que parece ser una simple pelea. Del combate entre dos seres mutantes, en el que ambos mueren, vemos surgir al famoso Alien de la película de Ridley Scott, Alien, el octavo pasajero (1979). Hasta ese momento pensábamos que se trataba de una pelea, ahora nos damos cuenta de que era una cópula mutante, accidentada, en busca de procreación.
Los cuerpos mutantes postproducen deseo. Entienden el deseo como una investidura que la cultura nos obliga a llevar, y lo transfiguran. El deseo no es, como se cree, producto innato del ser. No sale de las profundidades del alma, no palpita al ritmo del instinto. Es consecuencia de una serie de reproducciones socioculturales de la máquina heterocentrada, del deber desear. Por tanto, los cuerpos mutantes reciclan el deseo y lo transforman, derramándose en el mundo gracias a las subjetividades que se originan en su identidad. En Dead ringers (1988) de Cronenberg, dos gémelos ginecólogos juegan al intercambio de identidades. Poco a poco, el abuso de pastillas lleva a uno de ellos, Beverly Mantle, a diseñar una serie de aparatos ginecológicos para el tratamiento de mujeres mutantes. Claire Niveau, una actriz que es tratada por el doctor Beverly, tiene una trifurcación de cérvix. Esto, de inmediato, la anula como mujer, es decir como madre, en el sistema relacional mujer-madre, y la convierte en mutante. Siendo ella la inspiración para que el doctor diseñe los aparatos mencionados.
Dicho esto, pensemos en el postporno. Que es la experiencia doblemente transvertida del audiovisual de contenido sexual. Primero, en el postporno encontramos el cuerpo deformado, desligado de la genitalidad que prima en el porno normativo-educativo. Los cuerpos del postporno no pertenecen a una categoría específica, van y vienen, son mutables, pueden ser carne pero también máquina, pueden ser pene o vagina pero también labio, dildo, cámara de video. Por otro lado, la narración en el postporno también se deforma, no hay una estructura clara, no tiene interés de contar sino de hacer sentir, no está necesariamente dirigido a un espectador, sino que parte de la experimentación personal de la postproducción de deseo.
En la película de Annie Sprinkle, Deep inside Annie Sprinkle (1981), la actriz, reconocida como precursora del postporno, realiza una ruptura con la forma del cine porno. En una escena, Annie Sprinkle entra a un cine donde se proyecta una de sus películas porno y comienza a tener sexo con los asistentes del lugar. Ese efecto de rompimiento de la ilusión al “salirse de la pantalla”, crea en los espectadores un delirio mutante que los lleva a participar de la película, tocando, besando, sintiendo la fiebre, al tener a Annie Sprinkle al alcance de sus manos, de sus bocas, de sus penes. El postporno se convertirá con el tiempo, gracias a Sprinkle, en una posibilidad de autodescubrimiento y experimentación corporal. Desde entonces y hasta hoy las nuevas tecnologías de información han permitido a personas de todos los lugares del mundo, grabar sus propios videos y proyectarlos, subirlos a la red, realizar muestras audiovisuales postpornográficas.
De la mano del performance, el cine mutante, el postporno, la exploración corporal, permiten la reinvención de los sujetos sociales-corporales. El sujeto político, aquí, no produce deseo sino que lo vomita, se unta y unta al mundo. No tiene miedo de los fluidos corporales, ni de los fluidos de la máquina. La cámara de video no sólo documenta sino que masturba, participa del acto sexual, es una extensión de la piel. La disidencia sexual que propone el cine mutante, nos reconfigura como sujetos políticos poseedores de tantos cuerpos que ser hombre y ser mujer ya no será suficiente.
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Lucía Diegó:
Lucía Diegó es una sujeto productora de prácticas feministas. Nació hombre biopolítico pero se hizo mujer. Su trabajo de experimentación audiovisual y teórica la lleva a descomponer su cuerpo en muchos cuerpos mutantes. Es mujer, es hombre con hache minúscula, pero también es cyborg. Cuerpo mutante.
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