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Fembra Placere, gryllus montícola

Fembra Placere, gryllus montícola

 

 

 

Juan Fernando Ramirez AFEMBRA PLACERE, gryllus montícola Por Juan Fernando Ramírez Arango ENSAYO . . .

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I. La Tesis

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La Vulva

Si algún Doctor Moreau me preguntara a quema ropa, o sea en plena vivisección, qué me gustaría que me trasplantara de mi novia, no dudaría un parpadeo en responderle que el sistema digestivo. Y si me pide que justifique mi respuesta, le diría que es perfecto, que así ella decidiera seguir la dieta soñada del elefante, o sea comer solamente maní, su popó se deslizaría suavemente hasta alcanzar la luz al final del túnel. Además, siempre defeca a la misma hora, a las veinte en punto: pronuncia sus palabras mágicas, “tengo popó”, va al baño y evacúa en un santiamén. Yo, en cambio, me demoro un lapso mayor al permitido por el mito del progreso, y lo peor de todo es que nunca he podido vincular la lectura con el acto de cagar. Por eso me alarmé el día que dijo que estaba estreñida, e incluso defecando con sangre. Mi novia le tiene miedo insuperable a la sangre –por algo eligió la microbiología industrial por encima de la bacteriología-, y cuando se enfrenta a ese tipo de angustia, surge su humor negro: echó mano de lo más escatológico de la patafísica, y comparó su situación con las escasísimas posibilidades de embarazo que hay por la vía del sexo anal, luego, su flujo de sangre por el dos, no era más que una desviación del menstruo. Yo le respondí con una carcajada, la peor respuesta que hay para el humor negro que deviene del miedo y que, finalmente, desemboca en autoengaño: mi novia creyó por algunos minutos que lo que había dicho era cierto, pero la única verdad que se puede deducir de ese comentario tan enrevesado, es que buena parte de los miedos de mi novia tienen su epicentro en la vulva, y buena parte de los míos también.

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Bloody Trump: a menstrual blood portrait of Trump, by Sarah Levy

Bloody Trump: a menstrual blood portrait of Trump, by Sarah Levy

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Adidas

A mi novia la estaba matando su tesis de maestría. No sé cómo su asesor la dejó involucrarse con algo tan ambicioso. Tanto, que mi mejor hipótesis era que todo hacía parte de un ritual de iniciación. Y es que el grupo de investigación en el que mi novia era la cola del organigrama, tenía todas las peculiaridades de una secta. Todos sus cófrades ostentaban un doctorado en la Universidad de Purdue, y todos vivían por fuera de la ciudad, la mayoría en Santa Elena y el resto en Guarne, en granjas que algún día serán autosuficientes. E incluso el director del grupo actuaba como un líder sectario, solo lo veían a fin de mes para rendirle cuentas, y los demás días hábiles se suponía que estaba en alguna reunión trascendente. La única vez que visité el laboratorio de ese grupo, Laboratorio de Biotransformación, lo vi en una foto que recreaba una de esas reuniones y su rostro me pareció familiar. Su sonrisa era el punto de fuga de la foto y mi novia dijo que con toda justicia, pues esa reunión terminó catapultando al grupo a la primera línea de Colciencias. En cualquier caso, era una sonrisa prefabricada, fruto del diseño de sonrisa, y como yo soy más afín al neorrealismo que al star system, subí un tris la mirada y recorrí su frente de sur a norte: me impresionaron sus entradas, tan profundas que no las podía disimular con su peinado hacia adelante, y ambas surcadas por tres grandes arrugas de corte transversal, como si fueran el logo de Adidas. Ese día mi novia y yo NO pudimos revalidar nuestra costumbre máxima. Era sábado y, a excepción nuestra, no había nadie más en el Laboratorio de Biotransformación. Nuestra costumbre máxima reza que cada vez que nos dejaron solos en algún sitio, los astros se alinearon para vernos copular. Ese sábado gris, sin embargo, mi sangre no fluyó. A lo mejor mi cerebro de réptil se embelesó con otro asunto: ¿Por qué el líder sectario me pareció familiar? ¿Dónde lo había visto antes? O quizás mi cerebro rojizo, impactado por las entradas del líder sectario, solo le estaba llevando la contraria a Adidas y su estúpido eslogan: Impossible is Nothing.

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ADIDAS SOLDOUT .

La chica caracol

Yo asumí que el ritual de iniciación de mi novia había llegado a su final cuando su esfínter se manchó de sangre, al momento en que la hechura de su tesis de maestría se convirtió en alerta de hemorroides, pero faltaba algo más. Ahora querían que ella asesorara una tesis de pregrado. La estudiante de pregrado se llamaba Margarita y venía recorriendo un conducto regular interminable: en una píldora, la Facultad de Artes le había aprobado un asesor externo para su tesis de grado y mucho después la cadena jerárquica la llevó hasta la Escuela de Microbiología y, finalmente, al Laboratorio de Biotransformación. Y allí, por supuesto, el líder sectario decidió que mi novia era la asesora externa que andaba buscando Margarita. ¿Asesorar a una estudiante de artes? Yo le aconsejé a mi novia que por ningún motivo se fuera a involucrar con una estudiante de artes. ¿Por qué? Para responderle, tuvimos que desmontar una de nuestras reglas doradas: NO hablar de relaciones anteriores. Una vez desmontada, le conté que yo tuve una novia artista que solo me dejó malos recuerdos: Como un eco tercermundista de la generación X, ella era linda y rara, más rara que linda. Si buscara un referente en mi colección de CDs, ella sería el mini me de Liz Phair en 1992, o sea un año antes de su famoso álbum debut, pero con el pelo corto y las pestañas más largas. ¿Mini me de Liz Phair en el 92? Sí, como un genio en una botella reciclada, pequeña, pero en ebullición, llena de deseos no masificados por cumplir. Era tan pequeña y leve, tal vez 1.50 y 45 kilos, que yo la llamaba La chica caracol. ¿Por? Porque toda ella podía habitar su propia vagina. Así de independiente era. Tanto, que decidió aceptar el reto que le lanzó su papá el día que descubrió la pipa de mariguana que ella escondía en el cajón de los calzones. ¿Qué hacía ese señor metiendo sus narices en el cajón de los Lollipop de su hija? Desde ese día, ella lo nombró el parafílico. El reto que le lanzó el parafílico: “tú nunca serás como yo”. ¿Nunca? El parafílico era ingeniero mecánico y ella decidió estudiar ingeniería mecánica. ¿Una mujer en ingeniería mecánica? ¿Una chica caracol haciéndole frente a un torno y a otros molinos de viento? La transgresión le duró unos cinco semestres, hasta que aceptó la derrota. Un transgresor que sabe aceptar la derrota, esa era su definición de artista y la siguió al pie de la letra.

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El juego del misántropo

Yo no quería conocer a Margarita, entonces mi novia, neofílica a más no poder, creyendo que me estaba perdiendo algo extraordinario, inventó un juego cargado a su favor. El juego del misántropo, en dos palabras, consiste en ir conociendo a un desconocido a través de un tercero. Es un juego de larga distancia y, por lo tanto, de adivinación, se juega por correo electrónico y tiene pocas reglas. 1) El misántropo deberá remitirle un correo al tercero o conocido mutuo. 2) En el cuerpo del mensaje, el misántropo intentará adivinar alguna característica del desconocido, una por correo. 3) Si el misántropo tiene cinco desaciertos consecutivos, perderá y le venderá el alma al tercero o conocido mutuo. 4) Cada acierto, borrará los desaciertos. 5) El misántropo, fiel a su misantropía, será lo más cruel posible. Estos fueron algunos de mis aciertos actuando como el misántropo, mi novia como el conocido mutuo y Margarita como la desconocida del primero: Apuesto que es como el Parque del Periodista, una subcultura aquí y otra allá, pero ni siquiera ella misma adivina cuál es su verdadera esencia. Su mochila tiene un botón de “Las chicas no se sientan así”, y todos los caminos de la mochila conducen a ese botón. A lo mejor ha intentado morderlo salvajemente, busca marcas. Tiene un corte que tú quisieras lucir, pero no te atreverías por culpa de tus orejas de Dumbo, lo que implica que tiene rapado un lateral. Usa botas Dr. Martens personalizadas, quizás con flores venenosas o que lo parezcan, ningún animal silvestre las probaría. ¿Sabes qué? Apenas se las quitan para “hacer el amor”, se las quitan y sus pies son fríos como el hielo seco, y solo después del primer polvo recuperan la temperatura ambiente, de ahí mi inquietud por la necrofilia.

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BUSCADOR .

Deshojando la tesis de Margarita

Mi novia lo planeó todo a su manera: luego de ver un documental sobre Ai Weiwei, improvisaríamos. Margarita llegó tarde y el vaso de vino que llevaba en la mano todavía es uno de los misterios capitales de mi vida: ¿Cómo hizo para ingresarlo a Comfama? Se acercó a saludarme de pico y, ayudado por la luz violácea de la gran pantalla, noté otro de mis aciertos: nariz disidente, más cicatrices de perforaciones que poros en la piel. La película pasó como se raya una zanahoria manualmente y salimos. Cada vez que estoy por allá, evito cruzar la Plazuela de San Ignacio. El café que venden en ese lugar, con el azúcar ya incluido, es peor que un repelente. ¿Café con azúcar? Además, al otro lado hay una de las calles que más me inquieta, justo donde muere durante una cuadra la avenida Colombia. Desde el último adiós del tío Beto, quien nació, vivió y murió en el centro de Medellín, evito esa y otras calles más. Así que yo subí por Pichincha y ellas se adentraron en la carrera 44. Mientras yo iba repasando mentalmente mi rutina de chistes relativa al Parque del Periodista, Margarita le iba a mostrar a mi novia una zapatería artesanal en la que hacen Dr. Martens superiores a las inglesas. La compañía como variable implícita de la distancia, secreto a voces, siempre acorta recorridos. Cuando llegué al Parque del Periodista, ellas ya estaban dándole el primer trago a sus cervezas, lo que frustró el intro de mi mejor rutina, cómo tomar cerveza en ese parque sin contraer hepatitis B. En cualquier caso, el tema que iba a reinar la noche ya estaba sobre la mesa: la tesis de Margarita.

Según dijo, su tesis de grado era el corolario de una decisión, ella decidió estudiar artes porque solo una artista entendería el giro en U que había dado su papá: salir del closet promediando los cincuenta. Salió del closet y cambió de selva de cemento, Bogotá por Cúcuta, por eso Margarita prefiere usar la expresión salir de la nevera. No sé cuál de los dos emigró primero, pero ella se unió a un colectivo de peluquería experimental y terminó siendo la community manager que dio cuenta de sus aventuras por carreteras suramericanas. La escala más larga la hicieron en São Paulo y esa fue la metrópolis que, al contrastarla con Medellín, originó la idea de su tesis. Si la legislación de São Paulo prohíbe la publicidad en sus calles, y por eso están despobladas de anuncios publicitarios, a Margarita le dio la impresión de que la gran mayoría de mujeres de Medellín son anuncios publicitarios de carne y hueso. ¿Qué venden? Desmontando esa pregunta encontró la hipótesis de su tesis: en Medellín habría surgido una nueva especie de mujer, una mutación del Homo Sapiens gracias a su paulatina adaptación a un nuevo ambiente. Ese nuevo ambiente se habría fundado a la par de la sociedad de mejoras públicas, en 1899, cuando Carlos E. Restrepo se trazó el objetivo de embellecer la ciudad hasta convertirla en una obra en exhibición. De ahí que el órgano que ha definido y definirá a Medellín es el ojo decimonónico, el ojo como espejo de Stendhal, el del sentido de la mirada superficial.

Al final de la noche -varias cervezas atrás había pasado pitando el último circular coonatra del día-, cuando Margarita y mi novia celebraban a carcajadas una coincidencia inversa, Margarita había bendecido al condón y mi novia lo había condenado, la primera no puede usar anticonceptivos por culpa de un defecto en el sistema circulatorio, y mi novia no tolera el condón por ser alérgica al látex y por creer que también lo es a los condones látex free, y cuando yo concluía para mis adentros lo incómodo que sería hacer un trío con ellas, Margarita cortó la risa y dijo: “allá viene mi asesor de tesis”. ¿Un choque de trenes entre asesor principal y asesora externa? Pero no era el asesor, y ese error de apreciación ajeno, sumado a las cervezas, le aflojó la lengua a mi novia: “es que Margarita está enamorada de su asesor”. ¿Enamorarse del asesor de tesis? Que yo sepa, las tesis se clasifican en rechazadas y no rechazadas, y estas últimas en malas, regulares, buenas y premiadas, pero en ambas ramas siempre hay una constante, todos los ponentes terminan odiando a su asesor. Luego, a lo mejor Margarita, que había decidido estudiar artes para aceptar a su papá gay, no lo había hecho y lo que estaba buscando en su asesor de tesis era a un nuevo papá. ¿A esa pose se le podría llamar ser artista? De acuerdo con la definición de La chica caracol, NO.

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Retomando la obra conceptual de Jenny Holzer

Retomando la obra conceptual de Jenny Holzer

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Medellín

Margarita me pidió que le escribiera una especie de discurso de apertura, uno que abriera la exposición de su tesis de grado. Yo le dije que NO, pero luego ella me convenció al explicarme más detalladamente su plan. La verdad es que el contenido de su plan tuvo que ver muy poco con mi viraje de 180°, y lo que provocó el Sí, fue el cuadro sinóptico que trazó en una hoja oficio en aras de aterrizar su grandiosa idea. Tremendo cuadro sinóptico. Tanto, que lo enmarqué y ahora adorna una de las paredes de mi cuarto, la que está detrás de la pantalla de mi computador. Y siempre lo digo, si tuviera la firma de Basquiat, sería un Jean Michel Basquiat.

La asociación que hice de ese cuadro sinóptico con Basquiat -más la recomendación de Margarita: ser lo más provocador posible-, me dio la idea del discurso de apertura. Recordé la relación que tuvo Basquiat con el rap -la carátula que dibujó para el sencillo Beat Bop es la mejor de la historia de la música-, y eso me llevó a una canción de rap que define a Medellín más allá del ojo como espejo de Stendhal: en lugar de ese ojo culo de botella, echa mano del espejo de doble fondo que aviva la poesía. La canción se titula Medellín y su coro es Medellín en estado puro: “Medellín sos como yo, yo como vos, vos como yo, yo como vos, y a la final lo mismo, unas gonorreas”. Voseo y voseo más una locución adverbial deformada, y de postre, el sustantivo recategorizado en adjetivo gracias a la explosión de violencia. ¡Genial! Ya tenía la idea, el resto sería cuestión de método: dejarla remojar un buen tiempo y luego darle forma bajo presión, un par de días antes de la fecha límite.

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El diorama

No faltaba nada. El MUUA le había abierto un espacio a la tesis de Margarita, y para agudizar las cosas, no lo hizo en la sala de antropología, sino en la de ciencias naturales. Esa fue una pulseada que le ganó mi novia al asesor principal, al tornar más científica exacta la empresa de Margarita. Por eso no fue ningún parto seguir las recomendaciones del MUUA: reducir toda la investigación a la escasa superficie de un diorama.

El mes y algo más que pasó entre el descubrimiento de mi idea para el discurso y la apertura del diorama, fue una mierda, como si haber aceptado la propuesta de Margarita hubiera sido una maldición. Para empezar, tuve una pelea con mi novia porque yo no entendía cómo una mujer de 23 años se podía enamorar de un hombre casado que rondaba los cincuenta. Por supuesto, me refería a Margarita y a su asesor principal. La pelea fue tan decadente -yo le decía cualquier cosa y ella me replicaba que leyera a Kundera-, que prometí descubrir las razones de ese flechazo intergeneracional y busqué al asesor principal en las redes sociales. Lo encontré en F_c_book, pero no pude establecer motivos no freudianos para que Margarita estuviera deshojándose por ese señor. Además, su esposa era una MILF, acrónimo que reforzaba mi explicación freudiana del asunto. Hice una revisión exhaustiva y ese tipo de pesquisa siempre deviene en sorpresa: mientras ojeaba la lista de amigos del asesor, noté que uno de ellos era El troglodita. No bien vi la foto del Troglodita, se me desbocó el corazón. Entonces seguí el protocolo que aprendí primero que la canción del conejo que amarra los zapatos: 1) asegúrate de que tu inhalador está contigo… Como nunca aprendí protocolos psicológicos, hice lo menos saludable y lo que no hubiera podido hacer años atrás: darle clic a la foto del Troglodita y perder una tarde en su F_c_book. Resultó que, tras graduarse en ingeniería química, El troglodita había retornado a la U. de A. para dar una voltereta cartesiana, ahora estudiaba antropología. ¿El troglodita un estudiante eterno? ¿Un troglodita estudiando antropología? Esa contradicción en la escala evolutiva no fue nada extraordinario, mi mouse siguió bajando y pronto se topó con un trozo de queso más apestoso: una entrada en la que El troglodita hacía pública la versión original de un texto de su autoría, la versión editada había sido publicada por la revista Matera. El texto era una apología a su onanismo, ismo del que solo salía cuando entraba en crisis su vasto archivo pornográfico mental. Salía en busca de nuevas imágenes y, para ilustrar el modus operandi de esas caserías, usó uno de los encuentros furtivos que tuvo con mi novia. El texto, fiel a la naturaleza del Troglodita, es muy gráfico, cada vez más, in crescendo, hasta que lo remata con una confesión: escribió que nunca se tomó en serio a mi novia por culpa de sus orejas de Dumbo. Ese texto, literalmente, me volvió mierda. Hacía poco ella y yo nos habíamos tomado unos tequilas y, siempre que lo hacemos, jugamos a sacar a la luz algo que ya superamos: dijo que cuando yo le aticé ese papirotazo en su orejota izquierda, la noche en que cantó su larga infidelidad, no lloró porque estaba conteniendo un par de insultos que, en ese mismo instante, cruzaron por su mente. ¿Cuáles? “Mis orejas son más grandes que tu pene”, y, poniéndome hombro a hombro con El troglodita, el clásico “no sabes lo parecidos que son”. Yo le respondí que mi pene sería más grande si sus orejas fueran más pequeñas. Una frase que, sin saberlo, me igualaba con la confesión que finiquita el texto del Troglodita. Esa igualdad me enfermó, esa es mi forma psicosomática de lidiar con los problemas, los convierto en enfermedades y los olvido superándolas. Me enfermé de algo que ninguna ecografía reveló a ciencia cierta. De repente, el párpado fijo de mi ojo derecho se hinchó y se hinchó y se hinchó como un pez globo, un pez globo sanguinolento. Como los odios literarios no perdonan, ahora tiendo a pensar que era septicemia, la misma enfermedad que cambió la literatura de Borges, de escribir solamente ensayos a debutar en la ficción. Esos diez días de delirio, de infección versus altas dosis de antibióticos, a diferencia de mi siempre odiado Borges, no cambiaron mi vida, pero fueron una excusa inmejorable para no escribir el discurso de Margarita y para no asistir a la apertura de su diorama. Diorama que, al igual que su tesis de grado, pero en blanco sobre rojo, finalmente tituló con un chorizo: Fembra Placere, gryllus monticola.

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Fembra Placere Margarita V Medellin] .

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II. No Top 5 feliz

Ajustados a nuestra costumbre, mi novia y yo llegamos tarde al cumpleaños de Margarita. Siempre es mejor arribar a una fiesta cuando el alcohol y otras sustancias ya están viajando por la sangre de los presentes. Los presentes eran pocos, seis contando a la cumpleañera. Todos, menos uno, eran artistas. La excepción era biólogo y seguro no le gustaba el contacto físico porque jugaba ultimate, tenía rastas, e inspiró una reflexión mental que nunca había puesto por escrito: ser rastafari en Medellín es la forma más sencilla de consumir mariguana sin ser tildado de mariguanero. Por eso, por cada cien mil habitantes, solamente hay más rastafaris en Kingston. El biólogo estaba en período de prueba en su primer trabajo y ya había pagado la cuota inicial de su primera moto. Además de esa y otra información irrelevante, que le transmitió a mi novia mientras bailaban, le regaló una tarjeta de un amigo que vende anticonceptivos muy baratos y que lo recompensa con una comisión del 5% cada vez que se venden a su nombre. Mi novia, por su parte, le dio la fórmula de un licuado de lentejas que dispara el crecimiento de ciertas yerbas aromáticas como la albahaca, para que él la aplicara a sus microcultivos de canabbis, a los que les estaba invirtiendo todo el subsidio de transporte, ahorrado gracias a la moto. Mi novia guardó la tarjeta en su top y, al día siguiente, mientras hacíamos pereza, me contó esa charla de baile. ¿Notaste que toda la estabilidad del pequeño mundo del biólogo depende de si pasa o no el período de prueba? Con razón miraba tanto por la ventana. De haberse lanzado desde ahí, se hubiera estrellado contra el techo de ese Easy. Dime dónde cayó y te diré qué clase de suicida era. ¿Sería él el que puso el tema que estaban discutiendo cuando llegamos? Esa pregunta sin respuesta dio pie a nuestro juego de desintoxicación preferido, el de hacer un No top cinco de la fiesta de la noche anterior. Yo siempre hago los impares y ella los pares, y al final consensuamos el número uno y titulamos el conteo.

5) Nuestro No top cinco lo abrí con mi primera ida al baño. Tenía que evacuar varias cervezas y no pude. Por falta de espacio o como una broma, Margarita había puesto a la Fembra Placere en la ducha, de pie y a la expectativa, como si estuviera esperando que su amante de turno le pasara la toalla. El realismo de la muñeca y su pose anticipadora, obviamente, me causaron una erección. Intenté revertirla racionalmente, recordando el origen científico de la muñeca: la fisonomía de la Fembra Placere fue el resultado de promediar las medidas de una muestra representativa de maniquíes femeninos exhibidos en las tiendas de Medellín. El intento funcionó por un instante, pero no bien se dibujaron en mi mente las fotos de la apertura del diorama, la erección se tornó irreversible: con las medidas promedio de los maniquíes en el bolsillo, Margarita buscó a la prepago que más se acercara a esos promedios aritméticos, y luego la contrató para que cortara la cinta y posara desnuda en el diorama. La muñeca era igual a la prepago, las mismas botas y el mismo antifaz, el antifaz estaba adornado con plumas de pavo real cuajadas de mirellas y escarcha, plumas de pavo real que, ante la menor brisa, se agitaban y daban visos de luz que salpicaban el rostro y el torso de la Fembra, el efecto era más real que el sfumato de la sonrisa de La Mona Lisa. Tenía vida y, a diferencia de La Gioconda, ningún aire marimacho.

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Tomado del libro 28 Latitudes.

Tomado del libro 28 Latitudes.

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4) En el cuarto puesto, mi novia ubicó las shinny pantyhose o medias veladas súper brillantes de Margarita: eran el paracaídas de emergencia de su minifalda plisada. El color de fondo no lo pudimos definir, pero despedían rayos y centellas desde un mismo foco, como si fueran las lámparas de plasma patentadas por Tesla. El foco encandilaba inmediatamente y estaba a la altura de las rodillas de Margarita. Mi novia dijo que esas medias habían sido más que una mala decisión, y que las determinaciones de ese orden solo pueden ser tomadas si el miedo susurra al oído. ¿El miedo susurra al oído? Yo le pegué un almohadazo por ese remate de frase tan anti Philip Marlowe, pero mi novia agregó que, más allá de la forma, el fondo que encerraba esa línea era cierto, que a Margarita, literalmente, le tiemblan las piernas a la hora de sacar a la luz sus rodillas. ¿Algún miedo infantil? Mi novia respondió que no sabía, pero que seguro era más reciente, y apostó todas sus fichas a una hipótesis: las profundas estrías que surcan las rodillas de Margarita, son el reflejo de su independencia, de los vaivenes posteriores a su emancipación precoz. Yo no puse en duda sus conjeturas, pero mi novia interpretó mi silencio como que sí, y entonces añadió: así somos las mujeres, racionalizamos nuestras desventuras en una piyamada y luego las convertimos en una montaña rusa de grasa corporal: engordar y adelgazar, engordar y adelgazar. Entre más frecuente sea esa montaña rusa, más profundas las estrías. Me tomé unos largos segundos de abogado del diablo para masticar esa respuesta, y, acto seguido, repliqué: ¿Acaso las rodillas no son una de las partes del cuerpo humano con menos grasa? Sí, pero por poca que sea, no hay nada peor que la grasa localizada.

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2) La elección del dos por parte de mi novia siempre ha tenido un elemento invariable, me involucra a mí cometiendo un desliz que ella denomina blooper mental. Sobredimensionaste el proyecto de ese enano. El enano no era tan bajito, pero sentado parecía mucho más alto y esa ilusión no le cae bien al paladar de las mujeres que, como mi novia, los prefieren larguiruchos. Además, El enano había cometido un error imperdonable, la conversación de la fiesta desembocó en Breaking Bad y él reveló información de los últimos capítulos. El enano hablaba muy rápido y mi novia no tuvo tiempo de usar su maniobra anti-spoiler: taparse sus orejotas con las manos y gritar NO. Dices que lo sobredimensioné porque El enano te dañó el final de Breaking Bad, pero a mí no me gusta esa serie y por eso mi apreciación del proyecto del Enano es mucho menos sesgada que la tuya. El proyecto del Enano nació en un taller de introducción a la escultura, taller que afrontó a su estilo: la prioridad de sus energías se la llevaba la microempresa de bolsas plásticas que tenía con su mamá, y su carrera de artes seguiría sometida a la ley del mínimo esfuerzo. Entonces tomó una roca mediana y una pulidora eléctrica y decidió tallar un huevo prehistórico. La roca no quiso tomar la forma oblonga del huevo y El enano se dio unos días para saldar un dilema, o se le ocurría un plan b o cancelaba el taller de introducción a la escultura. Una entrevista a Lars von Trier inspiró su plan b, específicamente, una frase normativa y una obra inacabada de ese cineasta aerofóbico. La frase normativa: Una película debe ser como una piedra en el zapato. La obra inacabada: Dimension, una película que debía dramatizar la forma oblonga del huevo, y ser, por lo tanto, muchísimo más larga que ancha. Por eso, bajo la condición sine qua non de que cada año se filmarían solamente tres minutos, comenzó a rodarse en 1991 y debía finiquitarse en 2024. Sin embargo, Lars von Trier dejó las cosas en puntos suspensivos a finales de los noventas. Puntos suspensivos que retomó El enano en el garaje de su casa: ubicó una cámara en un trípode y la dejo filmar el cambio de estado del frustrado huevo prehistórico, de roca a polvo, a manos de una pulidora Black and Decker, él y la pulidora contra el malogrado huevo paleolítico. El enano aseguró en la fiesta que tiene un archivo de más de mil horas de esa filmación, filmación que antes de alcanzar las cien se transfiguró en odisea.

La odisea del Enano: no sé qué fue primero, si el dolor de cabeza o el de oído o el tic matutino de abrir la boca para descargar los músculos de la mandíbula, pero El enano asumió que todo hacía parte del mismo paquete, la falta de sexo. Nada mejor para el miedo a la castidad que el sexo con una pareja estable, así que El enano buscó una novia y la encontró, una emberá a la que llamaba de cariño Diez mil. Diez mil estudiaba idiomas y fue su oído entrenado en la selva el que tradujo el problema del Enano, bastaron dos o tres veces de amanecer juntos para que ella no pegara el ojo por culpa del bruxismo de su novio. ¿Bruxismo? Mi novia dijo que ahí, en mi excesiva pasión por ese hábito involuntario de la mandíbula, reside mi exagerada valoración del proyecto del Enano.

Paréntesis: Mi novia no entiende mi amor por las genealogías, ella no concibe que el bruxismo sea un mal tan remoto como el Teorema de Pitágoras, y eso que le mostré el vocablo que usaban en la Antigua Grecia para identificarlo: βρυχω. Lo más interesante, le dije, es que además de significar “rechinar de dientes”, los griegos también lo usaban en el sentido de “morder o devorar”, lo que indica que para ellos el bruxismo no era lo que es para nosotros, esto es, un hábito para-funcional ajeno a la masticación. Y si era tan común, ¿por qué no es pan de cada día en la Ilíada y la Odisea? Lisa y llanamente, porque ambas son epopeyas diurnas. Pero te imaginas, por ejemplo, las noches de Odiseo, ponte en sus zapatos: años y años intentando retornar a Ítaca, donde su asediada cónyuge y su hijo sin figura paterna, tras una década de enfrentamientos con bestias mitológicas y humanas, años y años jodiéndole la vida dioses y semidioses y cuanta rata bajaba del Olimpo, ¿te imaginas cómo rechinarían sus dientes en aquellas noches que tenía la suerte de no pasarlas en vela? Seguramente su dentadura, la del arquetipo del engaño, era peor que la de un devoto al crystal meth. Claro, mucho peor, por eso ese vocablo conjugado en voz pasiva era sinónimo de consumirse.

El enano, al igual que Odiseo, se estaba consumiendo. Como el sexo estable no fue la solución, y todo acto creativo es una caminata vertical de ida y vuelta, El enano le atribuyó la aparición del bruxismo a su enfrentamiento con la roca. Diez mil le dijo que a lo mejor había creado un tótem y ahora lo estaba profanando. Esa transgresión sugerida por Diez mil, El enano la tomó como un símbolo de expansión, ahora él hacía parte de la intervención al frustrado huevo prehistórico y su nueva pregunta del millón era: ¿qué se hará polvo primero, la roca o mis dientes? Así que en las noches trasladó la cámara a su cuarto en aras de captar sus momentos de bruxismo. Mi novia consideró que solo a partir del contraste de ambas filmaciones, la del Enano y su pulidora contra la roca, y la de la metafísica de la roca contra los dientes del Enano, se podría establecer a ciencia cierta si el bruxismo del mini héroe de la película era culpa o no de la roca que se niega a desaparecer. ¿Cómo? Ella es experta en variables relacionadas y escupió un argumento tan matemático que ni siquiera la pluma de Shakespeare sería capaz de reproducirlo por escrito. En cualquier caso, fue un diagnóstico diametralmente opuesto al mío: lo que está consumiendo al Enano es la peor angustia que puede padecer un creador, la de enfrentarse a una obra de arte jabonosa, escurridiza, grasienta, que le saca el culo a la última pincelada en favor de la etiqueta cuya sombra es el olvido, esto es, arte inconcluso o inacabado. Mi novia se cagó de la risa con esas palabras, risa que significaba muchas cosas, por ejemplo, que el proyecto del Enano no era arte. ¿No? ¿Acaso no viste sus dientes? Sí, parecían granos de maíz podridos, habría que hacerles control biológico. ¿Hasta dónde crees que llevará las cosas? Mientras yo imaginaba un final trágico para Diez mil y su yo colectivo, mi novia dijo que El enano se creía Humpty Dumpty.

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3) y 1) ¿Sabes? El tres tiene que ser el novio de turno de Margarita. Ese tipo no habla. Solo habló una vez en toda la fiesta y fue para decir cualquier cosa. ¿Habló? ¿Qué dijo? Dio a entender que entre más Lo-fi es la música Lo-fi, mejor. Pobre. ¿Ves? Por eso, cuando me mostraste esa foto del Instagram de Margarita, te dije que él tenía un aire de cachorro maltratado. La vi y sentí un pinchazo en la cabeza, uno de esos que calientan súbitamente la parte posterior del cráneo. ¿De esos que te hacen ver estrellitas? No, estrellitas no, letras. Esa es la sinestesia de los que vivimos para escribir, trocar dolor por letras. ¿Y qué decían las letras? Díganle al novio de turno de Margarita que ella es un hogar de paso, no uno definitivo. Mi novia hizo magia en su celular y me volvió a mostrar la foto. ¿Ves? Ella tiene todo el poder en esa relación vertical, ama transitoria y cachorro maltratado looking for hogar definitivo. ¿Lo dices porque la mano de Margarita es la que toma la selfie? ¿Selfie? ¿Es una selfie? Yo no lo podía creer, pero mi novia dijo que sí, que ahora la gente estira los brazos más de la cuenta con tal de alcanzar la selfie de sus sueños. De alargarse un tiempo más esa tendencia, evolucionaremos hasta nuestro manantial simiesco, y tendremos los brazos más largos que las patas. Qué desproporción. Entonces el Hombre de Vitruvio pasaría a ser el Selfie Man. A lo mejor la pinta de Margarita en esa foto es un presagio de esa evolución. ¿Sí? ¿Cómo se llama ese estilo? Mi novia buscó en Pinterest para asegurar su consabida respuesta: retrofuturismo.

¿Viste que El cachorro maltratado solo puso una canción en toda la noche? No, pero sí que tú fuiste el idiota que más alimentó el playlist de la fiesta. Ahí, como si escuchara una canción en otra frecuencia, en AutismoRadio.com acaso, hice una pausa mental para leer el mensaje subliminal de la observación de mi novia. Lo leí y repliqué: claro, es algo inexorable, todo escritor en primera persona puede llegar a ser un gran disc jockey amateur. Ella entendió el sentido de mi réplica, tanto, que la obvió y retomó la pregunta: a nadie se le va a olvidar la canción que puso El cachorro maltratado. A nadie, fue peor que una patada voladora, roja directa y veinte fechas de sanción. Pero él alegaría que lo provocaron sin piedad. La provocación fue a la hora de abrir los regalos. Hicimos un círculo en torno a Margarita, ella abrió los regalos y luego los regalos recorrieron el círculo. No sé qué clase de ritual era, pero todo salió a la luz cuando el regalo de la invitada ausente fue abierto. La invitada ausente era Diez mil, que no asistió porque en su cultura los cumpleaños son malditos, pues no pertenecen a la mundología del tiempo circular. Por eso el regalo no aludía al cumpleaños de Margarita, sino a la rosa de los vientos: un Euro envuelto en un papel aguamarina. Según El enano, era un papel propio de los Emberá, y estaba doblado siguiendo los patrones de la pintura corporal que usó Diez mil cuando alcanzó su estado de embriaguez, en la ceremonia de su primera borrachera permitida socialmente. En cada pliegue del papel había un mensaje, en distintos idiomas, mi novia, por ejemplo, identificó el alemán y su versión jadeada, el holandés. Eran mensajes de buenos deseos, dispersos parecían rosados, pero juntos formaban una especie de leyenda negra. El biólogo metió la cucharada y dijo que en la cultura rastafari ese tipo de regalos son como máscaras articuladas a lo largo de tres acciones: ocultarse, asustar a los malos espíritus, y perseguir el faro de identidad. El biólogo le preguntó al Enano si en la cultura emberá, al igual que en la rastafari, eso se lo daban a los viajeros próximos a partir. El enano no tuvo ni puta idea, pero a esa altura ya todos habíamos advertido que Margarita nos había convocado para algo más que su cumpleaños, era cumpleaños y despedida. Para los envidiosos, dijo Margarita, me gané una beca. Una beca de residencia en Alemania, de un año prorrogable a dos, para darle una perspectiva desde el viejo mundo a la Fembra Placere. La noticia le cayó como un piano de cola al cachorro maltratado, que respondió provocación con provocación. Fue al baño, y una vez afuera, se coló en el playlist, en la fila de canciones de la fiesta. Terminó de sonar la que estaba en curso y luego vino la única canción que puso El cachorro maltratado en toda la noche. Mi novia dijo que, para cometer una estupidez como esas en un contexto tan rojo, seguramente El cachorro maltratado potenció su decepción con una droga muy egocéntrica. Tuvo que haber sido muy egocéntrica para dejar atrás el humo colectivo de la mariguana que había circulado toda la noche por el apartaestudio de Margarita. El cachorro maltratado matizó la violencia de la canción con un baile absurdo, se quitó los zapatos y bailó como lo haría un Kafka despechado, el Kafka que, a puños y patadas, destrozó una puerta del más allá al conocer la traición de su mejor amigo y confidente: ya sabes, hacer pública su obra inacabada en lugar de reducirla a cenizas. Y de las cenizas que no fueron, emergió la kafkología, la sombra más grande que tiene la obra de Kafka.

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Esgrima, Kafka, 1917: «Mis dibujos no son imágenes, sino una escritura privada».

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¡Bah! ¿Qué, la canción que puso El cachorro maltratado? Eso y que alguien meta la mano en tus manuscritos. Además, justo después de pasar el trago amargo de esa canción de mierda, se perdió el destapador. Aunque hubiera sido otra treta del cachorro maltratado, eso fue lo que más me gustó de la fiesta, las mil y una formas que tiene la gente para destapar una botella de Pilsen. Con un cuchillo mantequillero, en una puerta, contra el poyo… La mía me la destapó El enano con sus dientes malditos y, la verdad, me dio mucho asco, por eso hice con esa cerveza lo que mejor sé hacer, cambiar algo soterradamente, la cambié por la de mi novia. No sé si ese cambio soterrado, como si fuera el efecto de una mariposa nocturna, provocó cambios manifiestos, pero El cachorro maltratado volvió a la fiesta y lo hizo con las manos cargadas de regalos. Primero entró con una caja grande y luego con otra mucho más pequeña. ¿Dónde tenía eso? Mi novia dijo que, probablemente, dos apartamentos a la izquierda, en el de una madre soltera a la que Margarita le facilitaba la clave de su Wi-Fi. Margarita abrió la caja grande y oh sorpresa, adentro había una bicicleta plegable. Para los que no sabían, ella contó que, días atrás, le habían robado su bicicleta. ¿Tú todavía crees ese cuento? A los artistas de Medellín nadie les roba, ni siquiera sus ideas. Yo los conozco bien, están cortados con el mismo bisturí, y cuando buscan desesperadamente un cambio, uno de sus rituales 4-change se cifra en liberar sus bicicletas. También las liberan cuando van a pasar a una droga más fuerte y dejan atrás el viaje Hoffman. Margarita abrió la caja pequeña y adentro había una torta de cumpleaños. Mi novia, una experta en postres que cree que el agua con azúcar es un postre, lanzó un NO de NO puede ser. Era una torta de Cascabel, la famosísima marca bogotana, y venía en empaque de lujo, diseñado, si no estoy mal, por Olga Cuellar. La desempacaron y de inmediato pusieron las veinticuatro velitas, las encendieron y, mientras cantábamos el Happy Birthday, Margarita, literalmente, estalló en lágrimas como si fuera una plañidera. Le deseamos que los cumpliera hasta el año tres mil y nada, le insistimos que apagara las velitas y pidiera un deseo y nada, la abrazamos entrañablemente y nada, seguía llorando a lágrima viva. Como no paró de llorar, nos tuvimos que ir. Mi novia y yo todavía nos seguimos preguntando si serían solamente lágrimas de cocodrilo, lágrimas de cocodrilo para no compartir la torta de Cascabel. Si no, las fuentes de aquel llanto interminable serían tan diversas que no valdría la pena verificarlas. Todos los invitados bajamos en el mismo ascensor y en silencio. Una vez abajo, mi novia preguntó: ¿alguien más va hacía el occidente? Compartimos el taxi con una chica con la que no habíamos cruzado palabras en la fiesta, y con razón, ella estuvo más pendiente del WhatsApp que del cumpleaños. Solo dejaba su celular a un lado para darle unas cuantas caladas al cigarrillo de todos, unas cuantas es un decir rítmico para muchas, muchas como la típica niña malcriada que quiere adueñarse de la pizza tamaño familiar. WhatsApp y mariguana, WhatsApp y mariguana, el ADN simple de una nueva generación, nueva generación cuyo destino está en sus manos, y sus manos a merced del síndrome del túnel carpiano, por eso su consumo de mariguana es justificado y medicinal. La típica niña malcriada dijo que estudiaba dos carreras al tiempo, diseño gráfico en la UPB y artes plásticas en la U. de A., y que su hermano había sido el diseñador industrial que materializó el diorama de Margarita. Después de esa tarjeta de presentación, y antes de que yo intentara hacerme el interesante, mi novia puso sobre la mesa su mejor carta para sacarme de las conversaciones con mujeres más jóvenes que ella, esto es, hablar de ropa y accesorios femeninos. Como Dios, es un tema inabarcable y omnipresente, que va desde la modista del barrio hasta la esclavización de costureras en nombre de la aldea global, y yo no soy un hombre de fe. Entonces dejé de mirar a mis interlocutoras por el retrovisor y me dispuse a gastar saliva con el taxista de turno.

Me gusta atemorizar a los taxistas de Medellín, jugar con su imaginario a la defensiva respecto a los vericuetos de esa ciudad. Y cuando el rumbo es Laureles, atemorizarlos es cosa de niños, basta con aludir a las leyendas urbanas de ese barrio doblemente circular –a caballo entre uróboros y lemniscata-, como aquella de los taxistas neófitos que ruedan y ruedan en círculos sin encontrar una referencia que los guie hasta el destino del pasajero. Dicen que ambos, tanto el taxista como el pasajero, entran en pánico mucho antes de que se acabe la gasolina, y que las consecuencias en ese lapso, entre el miedo extremo y el medidor apuntando a lo más rojo, van desde riñas hasta…

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Barrio Laureles, Medellín.

Barrio Laureles, Medellín.

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Le pregunté al taxista de turno: ¿Cuánto por una carrera entre San Juan con la 74 y la iglesia de Santa Teresita? La mínima. ¿Pagando la mínima, es posible ir entre uno y otro punto sin pasar por ninguno de los dos parques de Laureles? El taxista de turno hizo una larga pausa, tan kilométrica que se podría traducir en cualquier cosa: lo estoy pensando, te estoy haciendo creer que lo estoy pensando, te voy a hacer creer que lo estoy pensando hasta que olvides que me disparaste esa pregunta a quemarropa. La larga pausa fue suficiente para mí, y así retorné, en calidad de oyente, a la conversación entre mi novia y La típica niña malcriada. Estaban hablando de la apertura inminente de una tienda Forever 21 en Medellín, específicamente, armando un portafolio de estrategias para estar de primeras en la fila a la hora de la inauguración. La estrategia probable, acampar a las afueras del centro comercial Santa Fe, en una carpa de diez puestos. ¿Cómo definirían los ocho cupos restantes? Mientras hacían la lista de ocho, el taxista de turno las interrumpió en aras de recibir indicaciones de La típica niña malcriada. Ella lo guio como pudo y le dijo que parara frente a un edificio de ladrillos bermejos con nombre de mujer. Se bajó y yo me pasé del puesto delantero para el de atrás. No bien nos pusimos en marcha, le pregunté a mi novia: ¿Cuánto aportó La típica niña malcriada? Nada. ¿Nada? Como en una coreografía de no lo puedo creer, mi novia y yo giramos al unísono hacia la entrada de aquel edificio rubicundo y alcanzamos a ver que La típica niña malcriada no había entrado. Es más, estaba deshaciendo sus pasos con aire de desorientación. ¿Se habrá perdido? ¿Tú sabes cuántos edificios de ladrillos bermejos con nombre de mujer hay en Laureles? Muchísimos, tres por cada cien ricos que quisiera ver caídos en desgracia. ¿A qué hora habrá encontrado el correcto? A lo mejor no fue capaz, entró en pánico, y ya la declararon desaparecida. De perdido a desaparecido hay un paso y todo el que se adentra en Laureles está a dos pasos de desaparecer. Ese sí que sería un número uno de nuestro No top cinco. Sí, incluso puedo ver esa ironía en un titular de periódico: “Artista desaparecida en Laureles”. ¿Ironía? Mi novia no sabía que Pedro Nel Gómez fue la mente maestra detrás del diseño de Laureles, que lo trazó así, en forma de laberinto moderno, por venganza, años después de que lo censuraran los godos por mezclar arte y política en sus murales. Ella creyó que eso era mierda mía y buscó pruebas en su celular. ¿Viste? Dos almohadazos por incrédula. ¿Sabes? Si declararan desaparecida a La típica niña malcriada, yo sería el primer sospechoso. ¿Por? Por el regalo que le di a Margarita, el título de ese libro me señalaría directamente a la cara. Es verdad. Y si el fiscal de turno no pudiera demostrar una relación de causalidad entre la desaparición y el título del libro, igual Margarita te declararía culpable. ¿Sí? Y de castigo te desterraría de su ser para siempre. ¿Cómo? No sé, pero yo me tatuaría una mándala y te encarcelaría en la cuadratura de uno de sus círculos, yo sería el círculo. Yo sabía qué era una mándala porque mi novia aún las colorea para tranquilizarse, pero no tenía ni sombra de idea sobre la cuadratura de un círculo, y ya que mi novia siempre ha tenido problemas haciendo metáforas con la geometría euclidiana, le pedí su celular y busqué en Google. Efectivamente, estaba equivocada. Mira, si quisieras desterrarme para siempre de tu ser, tendrías que encerrarme, no en la cuadratura del círculo, sino en la diferencia entre ésta y el círculo. Además, aquí dice que no es posible calcular la cuadratura de un círculo, abro comillas: es una imposibilidad matemática que, según Dante, ni siquiera la alta fantasía del poeta puede resolver. Ah, y tampoco es posible dibujarla con regla y compás, todos los grandes matemáticos de la historia, fríos y calculadores como ellos mismos, han sucumbido ante esa quimera en negro sobre blanco. Luego, ¿cómo te tatuarían la cuadratura de un círculo? Silencio. Repito, ¿cómo putas te tatuarían la cuadratura de un círculo? . .

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Juan Fernando Ramírez Arango  economista arrepentido de la Universidad Nacional de Colombia y desertor del décimo semestre de Letras: Filología Hispánica, Universidad de Antioquia. Es escritor y paseador profesional de perros, en los barrios Florida Nueva y Laureles, Medellín. Además de ser finalista del Premio Nacional de Cuento La Cueva, ha ganado, entre otros, el Premio Nacional de cuento de la Universidad Externado de Colombia… ¡Bah! «Fembra Placere» hace parte de «Mi alma gemela y las cigarras», segundo puesto en las Becas de Cultura del municipio de Medellín 2015.

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