FESDA: 12 años llamando a cambiar la película
Por Colectivo Festa
Revisión editorial por Javier Raya
[textmarker color=»F76B00″ type=»background color»]ENSAYO[/textmarker]

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El 28 de noviembre del 2021 se cumplieron siete meses del estallido social que sacudió las calles y las conciencias de Colombia: el Paro Nacional. Se cumplieron dos años, además, de aquel otro Paro de 2019. Esa noche nos sentamos hombro con hombro en la calle, de frente a la pantalla que armamos entre todas, en la plazoleta del Colegio Compartir, el sitio donde históricamente parcha la barra brava del Distrito Popular, durante la clausura de la 12a edición del Festival de Cine y Video Comunitario del Distrito de Aguablanca (FESDA), para reconocernos en las imágenes. Las proyecciones, las obras de teatro, los bravísimos hip-hoperxs que tomaron esa noche el escenario, a su vez, vieron nuestra juntanza y nuestra fuerza: se cancela el espectáculo, señoras y señores. Los que asisten como espectadores luego nos mostrarán sus producciones. Aquí no hay show pasivo: aquí se viene a ver, a bailar, a conversar, a compartir y, sobre todo, a luchar. Porque el cine y el arte comunitario pueden incidir en la forma en que las comunidades pasan de ser observadoras y consumidoras pasivas de imágenes a productoras de sus propias narrativas de dignidad y resistencia.

Estábamos en la clausura de esta edición que nombramos “Ejido: el pedazo es colectivo”. Ejido es una forma de organización territorial colonial: los ricos en el centro de las ciudades y los pobres en la periferia, como siempre ha sido. Territorios sin dueño delegados a los excluidos. Tierras que según el mismo estado hacen parte de la construcción de los barrios populares, pero que están siendo robados por los ricos. Ejidos que el gran capital fue absorbiendo, paulatinamente, en su voracidad. Ese ejido, afirmamos, es el pedazo nuestro, lo que se colectiviza a partir de la juntanza. El que tratamos de resignificar para hablar del pedazo, ese trozo de tierra, ese campo minado, ese sitio donde nos plantamos y florecemos, para conmemorar seis meses de resistencias y luchas cotidianas desde el Paro, desde los espacios y las calles. El Paro no paró: al contrario, nos dejó ver que somos mucha banda que apuesta por la colectividad y el vivir sabroso. Durante la clausura, MC Beto del pedazo cantaba:

Hoy salgo del barrio
aunque por luchar por mis sueños
me convierta en un suicida,
el lema que llevo a diario:
en el distrito hay más talento
que balas perdidas.

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Al establecer un trabajo con el territorio como punto de partida, el proceso de producción de imágenes en el espíritu del cine comunitario deja de responder a las urgencias y coyunturas para colocar el énfasis en la raíz y su fortalecimiento. Frente al ritmo de producción y consumo actual de imágenes, sostenido en una promoción siempre frenética y efímera de pseudo-acontecimientos en las redes sociales, el FESDA y los colectivos que se aglomeran en torno a la misma apuesta buscamos proponer el ritmo de la olla, del fueguito que invita a hacer un círculo y palabrear nuestras alegrías, luchas y dolores compartidos. Nos juntamos con el Colectivo A La Hora 30, que fomenta y exalta la cultura de la bicicleta, la defensa y promoción de zonas verdes y huertas para la soberanía alimentaria. Nos juntamos con La Otra Escuela, que apuestan al juego y las artes como vía para la resolución de conflictos. Nos juntamos con estos cómplices del Distrito de Aguablanca, así como con muchos otros colectivos y personas con quienes compartimos sueños y alianzas políticas. Ese es otro de los objetivos del FESDA: que nuestra hebra vaya tejiéndose con otras en cada paso que damos. El FESDA es un espacio de encuentro para narrarnos, escucharnos y mirarnos, al igual que un escenario para que las personas que día a día desde sus territorios protagonizan las luchas por un país justo, tomen los micrófonos y nos compartan los saberes de su territorio. Este año, arriba y abajo del escenario, contamos con la presencia de las mujeres de Buenos Aires, Cauca, quienes forman parte de un ejercicio de defensa territorial como Guardia Cimarrona y hacen parte del Consejo Comunitario. Nos visitaron las Doñas Paramunas de Sumapaz defensoras del páramo más grande del mundo y que hacen parte de la Escuela de Comunicación Popular para Mujeres Campesinas del Páramo. Contamos con las juventudes del Movimiento Indígena del Cauca, con las mujeres del barrio La Florida en el Distrito de Aguablanca que están en resistencia frente los desalojos de sus hogares y con muchos otros colectivos, parceros y parceras de la ciudad.

Nos encontramos con todas ellas para hablar de la defensa del páramo, de cómo pararse frente a los grupos armados, frente a los proyectos de puertos fluviales disfrazados de mitigación de riesgos, de cómo se resistió y mantuvo el Paro desde el fuego de las ollas, de lo que ha sido vernos en las pantallas y en las calles como lxs protagonistas de nuestra propia historia. Este proceso nos ha enseñado que el cine comunitario no es una simple herramienta más de producción audiovisual, sino una forma de emanciparnos, de apropiarnos de nuestros procesos y territorios, de contarnos al coger las cámaras, los micros y las calles para recorrer con otrxs nuestros andares y nuestros sueños.

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Una de las proyecciones más significativas de esta edición del Festival fue la del primer día, el 26N. Estuvimos en el barrio de Charco Azul-Sardi, uno de los más estigmatizados del Distrito de Aguablanca. Durante más de cuatro décadas la administración municipal se ha referido a este territorio como una “invasión” y a sus habitantes como invasores. La banda se lo apropia con orgullo y se reivindica como la inva para hablar de la forma en que sus habitantes han luchado por hacerse un hogar y tejer un territorio en un contexto y una historia de desplazamientos y profundas injusticias. Estábamos en una proyección donde la línea entre protagonistas y espectadores se desdibujaba; estábamos compartiendo miradas compañeras, los que veían los cortos interpelaban, comentaban, y más adelante también proyectaban.

En el año 2016 y 2017 el FESDA, en colaboración con la Casa Cultural Alexander Baltán, hicimos dos laboratorios de producción audiovisual donde los y las niñas recolectaron las historias de los que construyeron este barrio, de sus leyendas y también de sus sueños de construcción de paz en su barrio. Jaison, uno de los gestores y coordinadores de la Casa Cultural, dice que este “ha sido un espacio para arrancarle a la violencia la vida de estos pelados”. Proyectamos cine comunitario, pero la apuesta va más allá: los niños y niñas que conocimos entonces, adolescentes ahora, pudieron verse en las pantallas, recordar, gritar y bailar emocionadxs de reconocerse como protagonistas, como constructores de la memoria de su barrio, de recordar y reivindicar su potencial creativo. Hubo videos del Cauca, de otros barrios del Distri, de Sumapaz, del Paro. Todos con la misma característica: eran videos donde sus realizadores y protagonistas, ninguneados e invisibilizados históricamente, nos mostraban cómo día a día dan vida y cuidan esos territorios.

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En los territorios, como en el Paro, disparo se responde con disparo. Bala se responde con imagen. La violencia de la represión estatal se responde con la mirada violenta de la cámara para reflejarla, para construir memoria y contar que la gente no es solamente carne de cañón. Cambiar la película pasa por cuidar la vida así sea poniéndola en juego. Lo que se retoma en las pantallas, aunque pase por ficción o documental, es la vida, la respiración y la resistencia de esos nadies. Durante los seis meses del Paro de 2021, muchxs se quedaban a dormir en los puntos de resistencia porque sabían que si los mataban fuera de esos puntos los volverían una cifra más. Una cifra que no importa, porque esta sociedad está acostumbrada al genocidio de la juventud que les dice que seguro son malandros, porque seguro estaban en vueltas, porque es normal el tiroteo, porque no importa, porque no producen, porque sus vidas no valen, porque es uno más, porque como dice El Rookie, rapero puertorriqueño: “hoy falta otro en el barrio”.

Lxs invitadxs en el bicipaseo de inauguración recorriendo el Distrito de Aguablanca

Durante el Paro, las cámaras estaban en el Oriente. Sus muertes, sus nombres y sus rostros se volvían arengas, murales, videos, canciones, vidas que se contagiaban a través de la viralidad de las redes y su reproducción en las pantallas, vida que se contagia y no sólo cifras. Entre esos nadies se veía el ajisie por estar ante las cámaras y los micros. Como algunxs de ellxs contaban, era la primera vez que sentían que sus vidas valían. Eso nos ponía a pensar en los llamados a la normalidad, ¿qué tránsito se quería cuidar, el de lxs obrerxs hacia las zonas industriales de la ciudad para mantener el privilegio de algunxs pocxs? ¿Cuál normalidad en una sociedad que durante décadas ha tenido miedo a la juventud, sobre todo a la empobrecida que no se ajusta a sus modelos de “ciudad de bien”? ¿Cuál normalidad en eso que a veces se pinta como un Oriente D No Futuro de las periferias? Estxs peladxs nunca han conocido la normalidad, pero tomar las cámaras les permite cambiar la película. Decir, por ejemplo, que la película es serBicibles, como el cortometraje documental realizado por A La Hora 30, que reivindica el uso de la bicicleta por parte de los sectores populares, especialmente en el Distrito de Aguablanca, e intenta promover su uso tanto como medio de transporte autónomo, y como herramienta de conciencia ambiental. Que la película es Distrito Popular, 18 años de locura y carnaval, producida por la barra del Distrito Popular, una de las más bravas y legendarias de Latinoamérica, donde más que vándalos y delincuentes, se relatan como una familia que ha encontrado en el deporte una forma de canalizar su pasión y el aguante para habitar un territorio/cancha siempre en disputa.

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Construir memoria y resistencia con las comunidades pasa por cuestionar el papel político de la imagen y la representación. Narrarse a sí mismos en tiempos de devastación es un acto político. Durante los días del Paro uno de nuestros maestros en el aguante fue un integrante de las barras bravas de Cali, un 8, un peladx que venía del entierro de uno de sus parceros, uno de los muchos a los que le mataron. Ese 8 que se nombra tras un número por seguridad, como si borrar el nombre lo protegiera de ser pobre y crecer donde creció, como si asumir por anticipado un destino de cifra le diera fuerza, llegó del entierro a seguir en el aguante. Algún 8 como él probablemente insistiría en el relato de su parcero que conoció desde la infancia, y que parchaba con él a pesar de que su familia se lo tenía prohibido porque consideraban que él y su familia eran mala influencia, y que la vida dura, pesada que llevaba su mamá era algo así como una deshonra, pero al final las dos piquiñas eran muy parceros y hacían vueltas juntos. Nos contó que a su parcero lo mató un fusil de largo alcance. Venía puto y embalado. Venía escuchando una canción que se volvió bien emblemática para las primeras líneas, como un mantra que les hubieran regalado especialmente para la ocasión:

A mí no me azara su pistola
ni sus máscaras de la maldad
porque vengo con combo azaroso
que no come de su autoridad.

A ese parcero le estaban desmoronando el combo día a día, pero la voz de Isabel, que firma sus canciones como La Muchacha, lo mantenía en pie frente a la certeza de que su vida valía menos que el fusil que los mataba. Y se dio la casualidad, de esas magias que ocurrieron durante el Paro, que la Isa andaba por el punto después de que le cancelaran un concierto y se topó con este 8. El man le contó de dónde venía, que su papá también es músico como ella, que a él mismo le gustaría ser músico y que, a la vez, cantar le parecía lo más lejano y necesario en medio del estallido. Isa escuchó que durante esos años, lo que aprendió el 8 fue a abrir el cargador del fierro, que aunque chiqui cuando se trata de armas habla en serio, que distingue el alcance de la bala y también sabe regresarlas. Le pidió un verso a La Muchacha, porque sabe que si ella cuenta sus dolores, de cierta forma su historia y la de su combo azaroso no se mueren por completo. Y así quedó en la foto de Instagram en forma de poema o de canción:

Ay sabe qué, vengo ofendio
me mataron al parcero
con la bala de un fusil.
Ay sabe qué me ofende más,
que sean dos los que he tenido que enterrar.
Oscurecia tengo la ruta
entre todas las bocas
muecas que se fuman la bazuca
y no es muy larga esta triste historia
pero sirve pa que se quede en la memoria
pa que la cuente y no la repita.

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Por historias como las del 8, y muchas otras que no importan para los relatos oficiales que se pierden en las coyunturas de la narrativa autorizada, es que desde nuestra juntanza insistimos en que hay otras películas que vale la pena contar, especialmente cuando esas historias son las de vidas estigmatizadas, periféricas, empobrecidas, racializadas, perseguidas, desaparecidas.

Año con año, los cómplices y juntanzas que integramos este organismo vivo, caótico y hermoso llamado FESDA, convocamos a escucharnos, a tejernos, a intercambiar nuestras historias de resistencia y reexistencias. Pero este en particular, más que ningún otro, a poner en evidencia la violencia que viene con las “propuestas de progreso y desarrollo”, pa plantarle cara al desalojo y la persecución desde la juntanza, la fiesta y el cine comunitario.

Muchos asistieron y respondieron a nuestro llamado desde la fiesta, el cine, la conversa, el intercambio de saberes y las huertas, desde la gran olla comunitaria de la que nos alimentamos todxs. Esperamos que muchxs más sigan respondiendo. Nuestra parte consiste en convocar, en organizar, en sembrar, como nos enseñó el George, Jorge Caicedo, uno de los primeros conspiradores de este festival. En honor a él y a todxs lxs parcerxs que nos enseñaron que se podía cambiar la película, insistimos en la necesidad de caminar el barrio y de hacer comunicación desde abajo.