Jardin de Amapolas de Juan Carlos Melo
Por Luisa González
Egresada de la Escuela de Comunicación Social*
Universidad del Valle
[textmarker color=»F76B00″ type=»background color»]RESEÑA[/textmarker]
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Nos preguntamos, como la mitad de Colombia lo ha hecho: Cómo se puede llegar a la paz? Si bien, esta película se estrena en el 2014, mucho antes se venía moviendo en circuitos de festivales narrando esta cruda historia de desplazados en Nariño, y hoy – luego de estar durante casi un año en los diálogos de paz con las FARC en Cuba – hay más de 800 indígenas refugiados en un coliseo en Buenaventura, que vienen huyendo de la guerra entre las FARC y las Bacrim (1). Tal parece así que nada ha cambiado en el conflicto armado colombiano.
Jardín de Amapolas es una película dramática, tanto en su historia (que como colombianos sabemos representa nuestra realidad) como por su narrativa, el uso de la música, la cámara lenta y nociones que el cine ha trabajado tanto de lo social, como comprender el sentimiento que causa en una mayoría la representación de una infancia vulnerada y una familia rota.
Podemos pensar, por ejemplo en el caso colombiano, en una película como La Sirga (William Vega, 2012), que nos lleva al mismo territorio de Jardín de Amapolas y al conflicto armado ahí, pero su narrativa y su construcción estética nos pone en otro punto como espectadores: el espacio de la contemplación, siendo más un trance del paisaje y la fotografía lo que nos representa el conflicto armado, que el deseo de conmovernos y simpatizar con los gags que Jardín de Amapolas, por ejemplo, nos propone. La historia de un padre y un hijo que han perdido todo – el hogar, la madre y los hermanos – y huyen de la guerra que los perseguirá de pueblo en pueblo, mientras que el niño vive su infancia bajo la constante asechanza del peligro.
Así es como esta ópera prima del realizador nariñense Juan Carlos Melo Guevara le apuesta conmovernos de una forma directa, elaborada, pero a su vez cruda y cruel apostándole al suspenso y a la lógica que mencionaba anteriormente: el niño que sufre y la familia que está rota. Le apuesta también a simpatizarnos haciéndonos cómplices de las travesuras de los niños, impregandas de momentos cómicos.
Vale la pena pensar entonces en la forma en que representamos el conflicto armado colombiano en el cine, cuando la guerra está tan presente. Pienso de forma personal y conmovida como una persona citadina, pero que se eriza al escuchar las historias de la guerra en el campo en nuestro país: «esta es la representación del conflicto armado que necesitamos«. Algo que llegue a un publico amplio, que movilice, que reviva, que active y sobre todo que no guarde silencio. Un cine, que no es mejor que el otro, que es igual de importante y representativo, pero que le apuesta a despertar sentimientos a través de los encuentros que el cine, de cierta forma clásico, ha construido, ha encontrado.
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Luisa Gonzalez
Directora de la Cinemateca de la Universidad del Valle y coordinadora del proyecto editorial Revista Visaje.
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1 Bandas criminales, producto de la desmovilización de actores armados como los Paramilitares y carteles como el del Norte del Valle -.