Foto del autor Isabela Marín¡La locura furiosa! Nuestra abuela, la productora de Mayolo
Por Isabela Marín Carvajal
Politóloga egresada de la Universidad de los Andes
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Este texto fue motivado en un principio con el fin de narrar la experiencia de una mujer que trabajó como productora en los años 80, en medio de un boom del cine caleño(2). De una mujer en particular, nuestra abuela: Berta Albán de Carvajal,lo que también nos puso en la bonita tarea de reconstruir un fragmento de nuestra historia familiar y tratar de entender por qué una señora “burguesa”, nacida en los años treinta, muy elegante y muy regia, terminó interesándose por el cine local y trabajando mano a mano con un grupo de locos, de izquierda, drogos y revoltosos (como ellos mismos se identifican): los del Grupo de Cali o “Caliwood”. Sin embargo, en el transcurso de la recolección de información, de las entrevistas, de la revisión de documentos y demás, el proceso abarcó algunos otros asuntos. Implicó una breve documentación de la vibrante situación de la Universidad del Valle en los años 70 y el nacimiento de la carrera de Comunicación Social, que se ha convertido a lo largo de los años en el nicho de algunos de los maestros de lo audiovisual y cineastas más importantes que ha tenido el país. De forma inadvertida, una inmersión en la vida de algunos de los personajes que participaron de ese boom, para a su vez poner una lupa en ese periodo en el que el cine se apropió de Cali y sus alrededores, recogiendo parte de la explosión cultural que se vivió en esos años en la ciudad.

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Primera parte: “las tres Marías, esas señoras muy burguesas de Univalle”
Foto: Hernando Tejada/fotografía 309ª Durante el rodaje de La Mansión de Araucaíma, de derecha a izquierda: Berta de Carvajal, María Mercedes Vásquez, Valeria Quintana Vásquez, Elsa Vásquez, Carlos Congote y Ricardo Duque
Foto: Hernando Tejada/fotografía 309ª
Durante el rodaje de La Mansión de Araucaíma, de derecha a izquierda: Berta de Carvajal, María Mercedes Vásquez, Valeria Quintana Vásquez, Elsa Vásquez, Carlos Congote y Ricardo Duque.

Este relato empieza en 1975, cuando abren la Escuela de Comunicación Social en la Universidad del Valle y nuestra abuela (de ahora en adelante Berta) entra a estudiar en esa primera promoción. A Cali estaba recién llegado el filósofo español Jesús Martín-Barbero, a quien se le encomendó la labor de crear la escuela y armar el pensum a su preferencia. En sus propias palabras, el hecho de que él no supiera absolutamente nada de ninguna de las líneas que componían las carreras de comunicación que ya existían en Colombia –periodismo, publicidad y relaciones públicas– determinó que la naciente carrera de Univalle fuera tan particular desde un principio. Propuso entonces un Plan de Estudios acorde con su propio bagaje académico, que en cambio, era afín a las Ciencias Sociales y a los estudios latinoamericanos, y en el que el eje principal era la ciudad: “Armé conscientemente una Facultad para investigar procesos de comunicación, la relación de la comunicación con las formaciones culturales de los caleños, las formaciones políticas de Cali. La ciudad para mí fue el referente, al igual que la(s) cultura(s) de los caleños: la salsa y el cine” (Entrevista a Jesús Martín-Barbero, Bogotá, 17 de noviembre de 2015).

Los estudiantes veían entonces un ciclo básico de Ciencias Sociales, con algo de epistemología, economía e historia, más adelante semiótica, y en los últimos cuatro semestres podían escoger la profundización en cine, sección del programa que había sido diseñada con la ayuda de Carlos Mayolo y Luis Ospina. Aunque en realidad nunca llegaron a hacer cine como tal. Los estudiantes fueron acumulando cientos de metros en rollos de 16 milímetros que debían mandarse a revelar a Medellín o a Estados Unidos, pero que nunca eran devueltos. Situación que en algún momento motivó a uno de estos (hoy en día bastante cercano a la Universidad), a atarse con sus rollos de varios años de grabaciones a una columna del edificio del CREE a ver si alguien resolvía el meollo y se lograba mostrar algo de lo que tan entusiastamente habían registrado durante su profundización en cine.

A ese fue el Plan de Estudios al que entró Berta en 1975, cuando ya tenía siete hijos, más de cuarenta años y las mujeres de esa generación nada tenían que ir a hacer a la Universidad (y menos a una pública…). Aunque no entró sola, otras dos mujeres ya mayores, de apellidos pomposos, y tan regias y elegantes como ella, entraron en ese mismo año a Comunicación. Se volvieron entonces “las tres Marías” para los demás. Eran muy cercanas entre ellas, llegaban a la universidad juntas y se iban juntas apenas terminaban las clases. Desde su ingreso, Berta fue una alumna destacada, tanto así, que al terminarse el primer semestre uno de los profesores, fue a la oficina de Jesús muy alterado y le dijo “esto es ya el colmo, encima de que estudian aquí barato y bueno estas burguesas, encima, doña Berta se ha ganado la beca del semestre, esa ricachona, ¡encima!”.

A diferencia de las otras “dos Marías”, en el transcurso de la carrera, ella se empezó a quedar en la Universidad un poco más allá de las clases, y a integrarse al grupo, particularmente al de profesores y alumnos interesados en creación, en hacer cine en Cali. Así es que mientras todavía estaba estudiando, fue escogiendo ese rumbo de manera muy consciente. Empezó a ir a todas las reuniones en las que se hablaba de cine y televisión, fue aprendiendo y se fue haciendo amiga de los locos de este grupo, que ya no querían hacer películas sueltas, sino empezar a hablar de una pequeña industria, de una producción organizada; y que además no querían hacer cualquier tipo de cine, querían hacer cine sobre su ciudad: “la gente no quería hacer cine para competir en Hollywood, querían era poner en audiovisual la ciudad, todas sus dimensiones, la vida cotidiana. El mundo de la salsa. Aunque ya empezaba a notarse la violencia del narcotráfico, había muchas cosas lindas en la ciudad” (Entrevista a Jesús Martín-Barbero, Bogotá, 17 de noviembre de 2015).

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Foto 1
Foto: Eduardo Carvajal De derecha a izquierda: Joaquín Villegas, Berta de Carvajal, Carlos Mayolo y Sandro Romero.

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Segunda parte: Producciones Visuales

Cuando salió de Univalle su primer proyecto fue montar una productora bajo el nombre de Producciones Visuales. Con ésta hicieron trabajos varios, como sonovisos y fotomontajes para Carvajal S.A. y para la Cámara de Comercio de Cali, fotografía de productos para La 14 de Cosmocentro, que estaba recién inaugurada, y hasta se encargaron de registrar la ampliación de la calle quinta. En el cine se metieron un poco después. Resulta que por la época del rodaje de Pura Sangre (1982) de Luis Ospina, Berta terminó chismoseando a ver cómo es que era eso en vivo y en directo. Ahí conoció a Mayolo por amigos y compañeros de trabajo que tenían en común, y a él le encantó el personaje, le pareció una mujer “echada pa’ lante”. Así es que cuando el director caleño se ganó la financiación para rodar Carne de tu Carne (1983), fue a hablar con los integrantes de Producciones Visuales, a ver si les interesaba participar en la producción de este que sería su primer largometraje (al menos el primero concluido). Como lo recuerda Hernando Tejada, quien trabajó junto a ella en la productora, “Berta estaba emocionadísima” (Entrevista virtual a Hernando Tejada, 1 de diciembre de 2015).

Recientemente se había dado la aparición de la Compañía de Fomento Cinematográfico – FOCINE, entidad pública creada en 1978 para administrar un fondo para realizaciones cinematográficas. Hecho que en gran medida permitió la realización de tales proyectos y de esa industria del cine con la que habían empezado a soñar unos años antes. Otros hechos que fueron fundamentales para que se diera esa corta pero prolífica “industria de cine” en Cali en esa época fueron proyectos como el Teatro Experimental de Cali (TEC), fundado por Enrique Buenaventura en 1955, del que saldrían varios de los actores para las producciones cinematográficas. Así como el Teatro de la Candelaria, creado en 1966, que cumplió una función similar desde Bogotá.

Durante la preproducción de esa primera grabación, Berta se quedó más en la oficina; a pesar de la cantidad de personajes raros que empezaron a llegar y la cantidad de porro que había circulando, poco a poco se fue acercando al set y le encantó. Esa película se reveló en Cuba, y la edición la hicieron en la oficina de Producciones Visuales, que primero estuvo instalada en la casa de Fernando Berón, el director creativo, y después en el mismo edificio de Bienes y Capitales –la empresa de finca raíz que tenía nuestro abuelo Luis con su socio, en la calle octava entre carreras quinta y sexta -. En ese proceso ella fue aprendiendo cómo se hacía la edición, que era manual, en una moviola, e implicaba trabajar directamente sobre la película. Lo aprendió de Mayolo y Luis Ospina, a quienes les tocó empezar a llegar “temprano” a la oficina porque a las cinco de la tarde ella se iba para su casa.

Fotos: Hernando Tejada/fotografía 179 Durante la preproducción de Carne de tu Carne con Carlos Mayolo
Fotos: Hernando Tejada/fotografía 179
Durante la preproducción de Carne de tu Carne con Carlos Mayolo

Poco después de esa primera producción, la empresa cambió de razón social y pasó a llamarse Rodajes Ltda; y aunque nunca dejaron de lado sus labores iniciales, sobre todo la fotografía de productos, se empezaron a dedicar más de lleno al cine, a hacer cortos, medio metrajes y cine para televisión, en gran parte gracias al apoyo de FOCINE, que en ese momento era dirigido por María Emma Mejía.

Su trabajo en el cine empezó a expandirse a otros espacios de su vida por fuera de la oficina. Ella ponía sin problema su casa como lugar de encuentro para los que estaban trabajando lo audiovisual desde diversos ámbitos; allí se gestaban “pequeñas construcciones para el futuro”, y se fue volviendo muy cercana a las producciones. Las invitaciones se extendieron a la finca de nuestro abuelo, ubicada en la carretera al mar, que terminó sirviendo de locación para rodar algunas escenas o proyectos, y donde aparecían esporádicamente nuestra mamá y nuestra tía, que tenían varios amigos en el equipo de producción.

Como recordaron a quienes entrevistamos, la primera impresión del equipo de producción al ver a Berta era de sorpresa, de que “esa señora tan elegante fuera la productora de Mayolo”. En parte por la brecha generacional tan grande que había entre ella y el grupo de personas con el que había decidido trabajar, pero también por la distancia social, ideológica, y de estilo de vida que preveían podían llegar a tener con ella. Ideas que con el tiempo y el trabajo en conjunto se fueron diluyendo.

Porque claro ella no tenía nada que ver con nosotros, semejante jauría, semejante manicomio. Lo primero que uno pensaba para arreglárselas con Berta era cómo se tenía que comportar con ella. Nosotros tan boquisucios, tan irreverentes, tan izquierdistas. Tanto de todas esas cosas, pero a la larga, de ir trabajando con ella, uno se iba dando cuenta que esto no era como uno lo había pensado o como uno se había prevenido. Porque Berta era de una frescura. Berta era una mujer muy abierta, muy dada a entender las cosas y a tolerar lo que había que tolerar. Berta no se escandalizaba con nada (Entrevista virtual a Ricardo Duque, 18 de noviembre de 2015).

Ella no tenía un lente de prejuicio, no los juzgaba. Participaba en todas las conversaciones, común y corriente, ellos nunca se limitaron, o que delante de Berta hablaran de una manera distinta (Entrevista a Corinna Chand, Bogotá, 8 de noviembre de 2015).

Según los relatos, su presencia en las producciones era discreta y sin pretensiones, se hacía sentir únicamente en la medida en que gestionaba y dinamizaba los proyectos. Y a la larga, a pesar de ser uno de esos encuentros entre improbables, el empalme entre ella y los creativos funcionaba: se proponían las ideas, y ella se encargaba de mover los contactos, de conseguir la plata, de representar a ese equipo de locos, y hasta de alcahuetearles y respaldarlos en una que otra mentira, porque “obvio a ella si le creían,, a nosotros, apenas nos veían los mocos, nos sacaban volando”. Así es que, aunque la recuerdan como una persona muy divertida, que cuando se alborotaba gritaba “ay no, ¡esto es la locura furiosa!”, también la nombran como la única seria del equipo, la única que tenía los pies sobre la tierra en ese momento, como lo planteó Corinna Chand, novia de Mayolo en esa época, por lo que estuvo rondando y colaborando en algunas de las producciones. Ese encuentro entre dos mundos aparentemente tan lejanos les permitió lograr lo que dicho en palabras de Adriana Herrán sólo se puede a través del cine: crear aquello que en la “vida real” sería imposible. (Entrevista virtual a Adriana Herrán, 21 de noviembre de 2015). Por su parte, nuestro abuelo (hoy de noventa años), relata que él nunca entendió cómo hacía ella para trabajar con esos personajes, pero que le encantaba, porque con todo y todo le parecía que eran muy talentosos, que eran unos genios. Claro, no siempre todo salía bien, a veces había momentos complicados, ideas que podían terminar muy mal, o sencillamente se topaban con la imposibilidad de controlar lo incontrolable. Hernando Tejada, relató también que en esas situaciones ella se azaraba mucho, gritaba “¡ay bruto padre!” y se trasnochaba resolviendo el problema (Entrevista virtual a Hernando Tejada, 1 de diciembre de 2015).

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Tercera parte: todo se queda en familia

En la empresa de producción, Berta era la productora ejecutiva, por lo que su labor en algunos proyectos fue más de oficina y se complementaba con el trabajo de Liuba Hleap, quien cumplía el papel de productora de campo. Pero en otras producciones sí estuvo bastante metida en los rodajes. Este fue el caso de la Mansión de Araucaima (1986), largometraje promovido por FOCINE y basado en un relato de Álvaro Mutis, que fue rodado en la Hacienda San Juliana, una gran casa ubicada entre Jamundí y Santander de Quilichao, propiedad de una familia Cajiao de Popayán. Ésta había quedado dañada después del terremoto de Popayán en el 83 y llevaba varios años cerrada, por lo que cuando la fueron a abrir tenía nidos de murciélagos en todo el techo y estaba infestada de pulgas. Pero era la locación perfecta, parecía mandada a hacer para la película. Del rodaje de la Mansión se tienen muy buenos recuerdos, pues fue el más divertido, el más relajado y el más afectivo, porque “éramos puros amigos encerrados en una casa, entonces se desarrolló una vaina muy agradable”, recordaba Hernando Tejada. Además, como la locación era retirada, nadie iba a “noveleriar”, por lo que también se recuerda como un rodaje muy “íntimo”. En esos días hicieron una apuesta: el que hiciera trabar a Berta; pero lo único que lograron fue que les dijera: “¡ay no! Y qué va a decir Luis”. Recordando otras anécdotas, Eduardo “La Rata” Carvajal nos contó que “durante ese rodaje nos dio por tomar brandy, creo que era de ese Domecq, y tomamos y tomamos brandy, hasta que un día nos dijeron que ya no había más trago, que nos habíamos tomado todo el trago de Santander de Quilichao, entonces nos tocó mandar a una comisión a que fueran por más brandy a Cali” (Entrevista a Eduardo Carvajal, Cali, 23 de diciembre de 2015).

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Foto: Hernando Tejada En la Mansión de Araucaima con Carlos Mayolo y Sandro Romero.
Foto: Hernando Tejada
En la Mansión de Araucaima con Carlos Mayolo y Sandro Romero.

Asociado a ese sentimiento de afecto, en los proyectos realizados con Mayolo, los recuerdos del equipo evocan constantemente una sensación de trabajo “en familia”. No solo porque las personas que participaron de los rodajes eran amigos y amigas, sino porque sus familias se conocían de generaciones atrás. Además, como lo expresó Adriana Herrán (3), el grupo cargaba con una remembranza familiar muy poderosa que traía todo el tiempo a su trabajo, en el ambiente y en los objetos; las familias de todos ponían a disposición objetos antiguos, personajes, anécdotas y hasta las propias locaciones (Entrevista virtual a Adriana Herrán, 21 de noviembre de 2015). Por ejemplo, el vestuario de Carne de tu Carne (1983) lo confeccionó Ricardo Duque, vestuarista/escenógrafo/director de arte, con su mamá, que conocía el corte de los cincuenta, y quien terminó encarnando el papel de la matrona difunta, y utilizando para esto su propio vestido de matrimonio, que a su vez era de luto, porque su padre había muerto poco antes de que ella se casara. Ella y Berta se volvieron amiguísimas, se la pasaban por ahí tomando café, en esa casa en la que todo el mundo andaba en calzoncillos para arriba y para abajo; “se volvieron compinches y se la pasaron buenísimo esas dos” (Entrevista virtual a Ricardo Duque, 18 de noviembre de 2015). Eso fue en una casa en el barrio La Merced, donde grabaron las primeras escenas de la película, y frente a lo que el abuelo nos confesó que de esos días le impresionó mucho que ella pasara la noche por fuera de la casa, “si eso era rarísimo en esa época”.

Pero gran parte de este largometraje lo rodaron en la finca de una de las tías de Mayolo, ubicada en el corregimiento del Saladito en área rural de Cali, y algunas personas se instalaron en la finca de nuestro abuelo, que quedaba a 10 minutos de la locación, y donde aún hay un poster de la película colgado a la pared en uno de los cuartos. Nuestro abuelo recuerda que “al principio Berta me dijo que no podía quedarme ahí esos días con esa ‘parranda de locos’, entonces adapté un cuarto de san alejo que quedaba alejado de la casa principal para dormir mientras terminaban el rodaje, pero ella terminó conmoviéndose de que me quedara allá sólo y me invitó a volver a subir, por lo que terminé pasando varios días con el grupo”. Agrega que para ese rodaje al equipo le daban la plata “a debe”, y Berta quedaba como una de las responsables. Así que, siendo realista con la situación del cine en el país, a él le dio miedo que después no pudieran pagar esa deuda y decidieron poner la casa a nombre de su mejor amigo, “por si las moscas”. Afortunadamente al final todo salió bien y lograron desenredar todos los nudos que se les presentaron. Como nos contó Eduardo Carvajal: aunque nuestro abuelo fuera más serio con el equipo (y probablemente sí se escandalizara con algunos personajes), fue muy solidario durante los proyectos. Cuando podía los acompañaba, y además de prestarles la finca para hospedarse y para grabar una que otra escena, en algunas ocasiones les prestó el jeep que tenía en ese momento; “era como la mano derecha de Berta”.

Uno de los trabajos que más disfrutó Berta fueron dos cortos que hicieron en el marco de un proyecto promovido por Canadá, conocido como “Leyendas del Mundo”, en el que contrataban productoras de diferentes lugares del mundo para rodar leyendas propias del país y presentarlas en televisión en una franja infantil. En el caso de Colombia se seleccionaron las historias de la Madremonte y el Dorado. El proyecto tuvo el encanto y la desdicha de rodarse en locaciones inhóspitas, sobre todo la del Dorado, que fue filmada en el Bajo Anchicayá, en una zona de selva húmeda tropical ubicada en los Farallones. Así que debían llevarse todo lo necesario para el rodaje –lo que implicó, según nos lo relató Ricardo Duque, que en algún momento la producción enviara a dos integrantes del equipo con 500 metros de cable para la electricidad –o en caso contrario, improvisar alguna solución en la mitad de la selva. La Madremonte también se filmó “en el monte”, pero más cerca de Cali y en una locación mucho más fácil de manejar, por lo que fue “otro cuento”, aunque para lograr el personaje de la Madremonte tardaban más de tres horas maquillando y disfrazando a Alejandra Borrero, que fue quien la representó.

Estas aventuras se acabaron a finales de los ochenta, cuando varios de “los locos” se fueron a trabajar a Bogotá, principalmente en televisión, y Berta empezó a trabajar en la Alcaldía de Cali, en asuntos de los derechos del televidente, y brindándole apoyo al Instituto de Niños Ciegos y Sordos, entre otras cosas. Entonces se cerró ese ciclo tan emocionante de su vida, en el que ella logró hacer parte de esa corta, pero genial, movida del cine en Cali. En el que además, como quedó planteado en los testimonios, los proyectos creados generaron gran polémica, poniendo en evidencia ansiedades y paranoias de la sociedad colombiana y generando una desestabilización sobre la raza, el género y la clase. Aunque aquí no hemos profundizado sobre el contenido de las obras, y nunca sabremos qué pensaba nuestra abuela al respecto, sí hemos querido rescatar ese pedazo de nuestra historia familiar en el que se dio una ruptura con lo convencional, con el deber ser de una mujer de la alta sociedad caleña, cuando esa señora burguesa tan regia y elegante tomó una decisión de vida que muchos (de lado y lado) habrán pensado que “no le correspondía”, y que por encima de eso se atrevió a realizarla y disfrutarla inmensamente.

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Producciones audiovisuales en las que participó Berta Albán de Carvajal:

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Isabela Marín Carvajal
Politóloga de la Universidad de los Andes. Actualmente trabajo como investigadora en temas de conflicto armado, paz y género. Y, desde hace varios años tengo el inconstante propósito de visibilizar las historias de aquellas mujeres “fuera de lo común” que no suelen ser contadas.

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1 Elena Caicedo Carvajal, mi hermana, también estuvo presente en gran parte del proceso de reconstrucción del relato pero por falta de tiempo no le fue posible participar de la redacción del texto.
2 Para la escritura de este texto se hizo todo lo posible para que los datos, las fechas y las anécdotas fueran las “verdaderas”, pero como eso es de todas maneras es imposible, nos disculpamos de antemano si algo de lo que se narra no corresponde enteramente a los recuerdos de quienes hicieron parte de este relato. Así mismo, para evitar vacíos, o más bien recoger una amplia gama de perspectivas, intentamos contactar y conversar con la mayor cantidad de personas que vivieron lo contado, pero finalmente no pudimos contactarnos con todas las que hubiéramos querido.
3 Margareth en Carne de tu Carne (1983) y a Ángela ‘La modelo’ en La Mansión de Araucaíma (1986)