Nueve disparos. Nacer otra vez después de la guerra.
Por Juan Camilo Cruz
[textmarker color=»F76B00″ type=»background color»]RESEÑAS[/textmarker]
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La memoria personal tiene en su fuerza reflexiva la carga del encuentro con nosotros mismos. El otro yo, el del pasado, nos habla en la intimidad para señalarnos los momentos narrativos que nos definen. Aquellas circunstancias, decisiones y casualidades que pasan frente a nuestros ojos como en una película. Nueve disparos es el nuevo documental de Jorge Andrés Giraldo con la asesoría de Carlos Rodríguez; un diario personal con material de archivo que narra la historia de su director, un militar de inteligencia naval que nació dos veces.
El 2 de abril de 2006 nueve balas impactaron en el cuerpo de Jorge, destruyendo varios de sus órganos y reduciendo el 94% de su habilidad militar. Tuvo que aprender a caminar, a hablar, a nacer de nuevo después de la guerra.
La primera vez nació entre cámaras. Su madre, fotógrafa por rebusque, le legó el amor por la captura de la luz. En la cinta, vemos a Jorge repasando fotografías y videos de los momentos cúspides del relato de su vida. Su infancia estuvo atravesada por la ausencia de un padre, un fantasma que lo perseguirá durante toda su vida y que el director justifica como causa de decisiones posteriores. Mientras tanto, su madre se esforzaba por construir una fantasía que le permitió esquivar el ecosistema de la violencia urbana. Mientras crecía, Jorge descubría su vocación de artista, pero el entorno y las dificultades económicas hicieron de él un adolescente con un excedente de energía que gastaba en actos vandálicos. Por esta ruta, el rebelde ingresó a prestar servicio militar y se convirtió en un soldado lleno de vitalidad que encontró en el ejército la posibilidad de “gastar testosterona”, mientras avanzaba posiciones gracias a su esfuerzo.
La dimensión del recuerdo se aprecia a través del ojo de la cámara, su propio ojo, que nos hace un recuento de su historia: los esfuerzos de la pobreza, la fantasía de la infancia, la juventud rebelde, los rituales de la madurez, la desigualdad colombiana, la familia lejana, la vitalidad del renacido y principalmente, su experiencia en medio de la guerra. La apuesta visual está subordinada a las diferencias estéticas de los archivos; de esta manera, las imágenes dan cuenta de las elipsis y cambios en los soportes. En algunas ocasiones, la música y los efectos de sonido acentúan el drama; en otras, dan ritmo y tensión a los momentos que fueron verdaderos acontecimientos en la vida del protagonista.
La mirada de Jorge nos ofrece la perspectiva del militar: un espectador preferente de la violencia. El documental no duda en mostrar las visiones del horror, representadas como ruptura del mundo del relato audiovisual con sonidos y fotografías alienantes que capturó el propio Jorge. Sin embargo, la ausencia de explicaciones históricas sobre la guerra o al menos la sugerencia de que hay alguna, hacen aparecer la violencia en un sentido espectral. La violencia se presenta como La Violencia, el monstruo grande que pisa fuerte, una entidad en sí misma que ataca la vida y que llegó de la nada a destruir el país. Esta mirada objetivista, propia del liberalismo que emerge en contextos de reconciliación nacional, bien podría parecer ecuánime a la hora de hacer juicios sobre el pasado; pero hace parte de la ideología de una de las partes. En otras palabras, la forma como algunos sectores de la nación hegemonizan su comprensión de la guerra radica en aparentar la ausencia de sesgo ideológico. Es precisamente su forma discursiva de hacer la guerra.
El juego de la verdad ecuánime opera con premisas altamente ideológicas que la película adapta a las actuales condiciones del país. Con lo que el documental reproduce y actualiza viejos arquetipos: los malos siguen siendo los malos, pero es necesaria la reconciliación; los buenos siguen siendo los buenos y su bondad los lleva a estrechar las manos de los malos por el bien del país, de las víctimas civiles y de las víctimas armadas. Imágenes maniqueas que no contribuyen a explicar las complejidades de la guerra colombiana, aunque sí a generar cierta emoción, importante en los procesos de reconciliación, que tiene la virtud de movilizar a las partes para intentar la paz.
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Lo más interesante de Nueve Disparos es la exposición de la dimensión humana del personaje que nos permite apreciar visiones sui generis en este tipo de narrativas. No por presentar al sujeto real detrás del fusil sino por evidenciar las situaciones extremas de quien decide asumir un rol bélico, pues la mirada de Jorge es específicamente la de un militar. Así, se aleja de las representaciones puramente intimistas que separan lo público de lo privado en la constitución del sujeto, y asume la complejidad e intersección permanente del interior y el exterior.
La humanidad de Jorge está presente también en las heridas de su cuerpo que la cámara presenta en primeros planos mientras evidencia la dificultad de capturar la memoria en los momentos personales más difíciles. La cinta logra transmitir una experiencia sensorial del dolor gracias a las detalladas descripciones de este fragmento y a través de las cicatrices que no permiten olvidar. Cicatrices que son también imágenes que acompañan para siempre al resucitado. Así, muere el personaje que hemos visto crecer, bailar y gozar en la pantalla, y como en un parto, sufre al nacer de nuevo y reinventa su historia confrontando al otro yo de su pasado.
Con el proceso de recuperación física, el documental inaugura una reflexión sobre elementos sociológicos de la violencia urbana, sobre las paradojas de un militar que se convierte en víctima, sobre el perdón, sobre los avatares de la voluntad humana y sobre el perfil del militar colombiano; pues como él, muchos jóvenes de los que ingresan a la Armada (en el caso de Jorge) o al ejército en general, son ya víctimas de contextos violentos y fragmentación familiar, antes de ir a la guerra. Es curioso, sin embargo, que pese a explicitar el perfil psicológico de quien ingresa a asumir un rol militar la película no discute la consistencia de la actividad militar misma. Este posicionamiento es perfectamente válido, pero requiere que el espectador matice y relativice con los muchos otros discursos que narran sus propias visiones de la guerra, desde diferentes bandos. Es decir, requiere comprender la memoria como un proceso colectivo y no como la yuxtaposición de imágenes de las partes. Por lo que la obra corre el riesgo de ser asumida como declaración de principios; algo que por supuesto no es consecuencia de la película en sí.
Entendida así, como parte de un proceso de memoria colectiva en el que el militar merece su propia voz, la puesta en común de la memoria privada de Jorge es el recuento de la experiencia de miles de colombianos que han tenido que padecer la guerra. Las visiones de cierta realidad desconocida de quien puede observar de primera mano una violencia que atañe a un país entero. La voz de Jorge hace parte de un ejercicio necesario de reinterpretación, revaloración y posicionamiento que nos permitan poner en común nuestra experiencia del horror. Un ejercicio doloroso y a veces muy difícil para quien decide asumir la labor de inventarse de nuevo después de la guerra.
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Ficha técnica
Premier: Marzo 2 de 2017 (Colombia)
Director y guión: Jorge Andrés Giraldo
Asesor y co-guionista: Carlos Rodríguez
Productores: Jorge Andrés Giraldo, Universidad Javeriana Cali
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Juan Camilo Cruz
Estudiante de la Escuela de Comunicación Social de la Universidad del Valle. Cineclubista del Cineclub Caligari.