Películas colombianas en el IDFA 2022
Por Luisa González
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La violencia sigue siendo un elemento común de muchas de las películas colombianas que hacen presencia en los escenarios internacionales, como fue el caso de la edición número treinta y cinco del International Documentary Film Festival de Amsterdam, IDFA. Las cuatro películas colombianas que hicieron parte de la selección tenían en común retratar una violencia vivida en el pasado, observando los traumas, las cicatrices que han quedado en el aquí y el ahora. Dos de las películas seleccionadas eran colaboraciones con Rumania y llamó mi atención como éstas son las que proponían narrativas renovadoras dentro del documental colombiano. Alis de Clare Weiskopf, Nicolas van Hemelryck es una de ellas. En esta película la pareja de cineastas vuelve a explorar el abandono de les hijes. En Amazona (2016), Clare fue en busca de su madre en un proceso de transformación del trauma que le dejó que ésta abandonara a su hermano y a ella. En Alis, un grupo de adolescentes que viven en La Arcadia –un centro de refugio– tras haber sido abandonadas por sus familias y algunas vivir en la calle, le cuentan a Clare la vida de una niña imaginaria que llegó como ellas ahí. Las historias de la violencia colombiana se hacen presentes en una narrativa que pierde los bordes de lo ficcional para hacerse visceral a través de esas niñas que miran a la cámara, que nos miran. El montaje juega a la acumulación y repetición, sumado a un trabajo muy fino de guión que construye cada personaje –cada adolescente que nos cuenta una “Alis”, desde sus imaginarios y experiencias de vida. Así, la película logra darle a cada joven un lugar de escucha y respeto. Esta obra ha estado en varios festivales internacionales, incluido el de Berlín, donde fue estrenada. En el IDFA se presentó en la sala principal de teatro Tuschinski, un espacio reservado a las obras que el festival quiere destacar, ya sea por sus aportes cinematográficos, o para fortalecer las alianzas con que se mueve la exhibición de cine en los festivales de categoría A. Estar en ese espacio fue sin duda clave para esta película, como para su campaña #AlisExiste promovida a través de la página https://alis-exists.com/ para la creación de un centro donde las jóvenes pueden seguir recibiendo ayuda y tener un lugar de encuentro tras su salida de La Arcadia.
Otra película cuyo montaje y narrativa vemos renovadora en el cine colombiano es Anhell69 de Theo Montoya. Este film deja de lado lo contemplativo y realista, para proponer una obra hecha de testimonios, redes sociales, ciencia ficción, películas de otros cineastas, y diversos tipos de registros documentales, en una línea narrativa clásica: la vida de un personaje. Este personaje no sabemos si es real o imaginario. Es una narración en primera persona que actualiza lo que el crítico Christian León denominó como realismo sucio Latinoamericano (2005). Películas protagonizadas por jóvenes que crecieron en países Latinoamericanos en crisis y sin esperanza en la década de los ochenta. En Colombia –en particular en una ciudad como Medellín donde toma lugar Anhell69–, fue un periodo marcado por el cartel de Medellín y las formas en que éste afectó no sólo la seguridad en la urbe, sino la cultura. La entrada al consumismo llegó con los carteles, nos dice Óscar Campo en su película Cali 1996: La modernización del narcotráfico (1996). De ahí que Anhell69 sea una película sobre el consumo. Vidas que se consumen en la droga, en la violencia, que no tienen nada que perder, que están dispuestas a ser consumidas por las llamas de un apocalipsis heredado por el gran patriarca Pablo Escobar.
Esta película de Theo Montoya es rebelde, excepto por su adoración al cine patriarcal de Víctor Gaviria y de Carlos Mayolo. Sin embargo, aunque lo venera, lo mariconea y ese es un gran aporte. Es una actualización de los infantes y adolescentes perdidos que vimos en las películas de esos directores, en un escenario queer, underground, y hedonista.
La película de Ana Bravo Pérez, Mother earth inner organs que traduciría Los órganos internos de la Madre Tierra, se sale también de modelos clásicos del cine documental y se inserta en el experimental, que es dónde esta artista nariñense ubica su trabajo hecho desde la diáspora. El cine de Bravo Pérez es difícil de ubicar como una producción colombiana, sin embargo, ella teje un puente entre Colombia y los Países Bajos, con esta película para explorar las cicatrices que el extractivismo de este país del norte ha dejado en la Guajira. Los órganos internos de la Madre Tierra es un testimonio reciente de cómo los modelos coloniales que los Países Bajos iniciaron con la VOC (Compañía Nerlandesa de las Indias) siguen vivos, entre otros, a través de la extracción de carbón. Es una obra sumamente importante para los dos países aportando a la discusión global frente al cambio climático y su origen en la colonización de las Américas y otras partes del mundo.
Para cerrar, un filme que está dentro de montajes, narrativas y estéticas que han sido usuales en el cine Colombiano, Amando a Marta de Daniela López. Lo valiente de esta película no está en su forma, sino en la denuncia que la cineasta hace en medio de una familia conservadora que niega y trata de olvidar los abusos de los que fue víctima su abuela. Es una película incómoda de ver, quizás porque muchas podemos reconocer nuestras familias y hasta el país mismo. Un país que, como dice Edgar Barrero Cuéllar, tiene una mentalidad construida con sofisticados dispositivos de mentira y olvido (41, 2011). Ocho años le tomó a la directora tener la valentía de apoyar a su abuela en este proceso que por décadas llevó de manera solitaria. En Amando a Marta narran el dolor que causó el patriarca a través de conversaciones con miembros de la familia, la voz en off de la cineasta, y los registros en audio y el diario que la abuela Marta llevó de sus días de martirio junto a Amando.
Una historia como esta había sido narrada ya por Luisa Sosa en Inés recuerdos de una vida (2013), también siguiendo el diario de su abuela testimoniando el maltrato físico y psicológico al que la sometió su abuelo. Igualmente, podríamos leer la película de Rubén Mendoza, Tierra en la lengua (2014), en el marco de esa violencia colombiana que menos se visibiliza–el patriarca abusador que dio origen a muchas de las familias de mediados del siglo pasado en Colombia. Historias que se intentan dejar silenciadas al ser leídas como experiencias personales de algunas mujeres, y no como traumas intergeneracionales sobre los que hay aún mucho trabajo por hacer en la sociedad colombiana.
Estas obras presentadas en IDFA tienen sin duda mucho por aportar en el escenario de la “paz total” en Colombia. Permiten explorar las violencias urbanas, y particularmente esas violencias vividas de puertas para adentro en muchos hogares. Vimos también proyectos de co-producción que se hacen más amplios e incluyen nuevas alianzas, como por ejemplo con países de Europa del Este. La posibilidad de generar este tipo de diálogos trae sin duda aires renovadores al cine en Colombia.
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Luisa González
Candidata a doctorado del Centro de Estudios Latinoamericanos de la Universidad de Ámsterdam. Magíster en Estudios Cinematográficos de la misma universidad, y Comunicadora Social de la Universidad del Valle. https://luisagonzalez.hotglue.me/
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Referencias bibliográficas
– León, Christian. 2005. El cine de la marginalidad: realismo sucio y violencia urbana. Editorial Abya Yala.
– Barrero Cuéllar, Edgar. 2011. Estética de lo atroz: psicohistoria de la violencia política en Colombia: de los pájaros azules a las águilas negras. Edited by Lisbeth Ximena Lozano Amaya. Bogotá: Corporación Cátedra Libre Ignacio Martín-Baró Asociación Latinoamericana para la Formación y la Enseñanza de la Psicología -ALFEPSI-.