Por Ana María Ortíz Moreno
[textmarker color=»F76B00″ type=»background color»]RESEÑA[/textmarker]

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La vida de un artista generalmente está contada desde una mirada construida por el narrador o proyectada en una construcción de identidad pública, creada conscientemente por el mismo artista. La película Toro (2022) de Ginna Ortega y Adriana Bernal- Mol es un gesto de amor en el encuentro de las documentalistas y el personaje. Una expresión audiovisual que nos plantea una respuesta a uno de los grandes dilemas del oficio: la posición ética en la que se amalgaman las relaciones de quienes miran y quienes son observados.

Descubrimos a un personaje espléndido: un fotógrafo genio del claroscuro que inició su carrera, y expuso en una cantidad considerable de galerías europeas durante los años 80 y 90. Presentó en al menos 60 ocasiones una serie de fotografías y retratos hechas al interior de la cárcel modelo de Barcelona. Estas fotografías hicieron parte de un libro que presentaba el trabajo de fotógrafos destacados. Pero como lo explica la voz en off: «Esa fama le fue lejana, era Maite quien asistía en su lugar a esos eventos», su compañera que contaba con la libertad de ir, ya que para Hernando Toro, la condena aún no había finalizado. El arte de Hernando Toro, tal y como lo señalan las jóvenes directoras, recae en la inmensidad de la que se revisten los personajes que fotografía frente a su cámara. En un momento inicial de la película, le preguntan a Hernando Toro el por qué se fijó en retratar ese tipo de personajes, el por qué creó una obra tan transgresora poblada de personajes controversiales. Toro responde:

– No es que me gusten realmente, sino que me los encuentro y son bellos de todas maneras. Hay gente muy bella que dice muchas cosas. Sobre todo que no están entrenados para que les hagan fotos. Y dan mucho. Me encantan las putas viejas, y los travestis y los drag queen y los bandidos y los tatuados y los políticos. Y no es gente que están posando, son así.

Esta posición del maestro, parece haberse aprendido en el ejercicio del retrato documental por las jóvenes cineastas. Él: un viejo amargado, difícil de conducir, que por sus acciones al margen de la ley justamente termina recluido, es presentado magníficamente, de forma respetuosa y engrandeciendo su humanidad en un retrato que nos permite sentir cerca el genio del artista.

Hay además de estos gestos estéticos aprendidos, otros que son propios de las creadoras. Encontrados a pulso en lo que se entiende como su búsqueda comprometida con la película, hay múltiples hallazgos. Sin embargo, sobresale una secuencia que exalta el cuidadoso tratamiento del material de archivo. Una secuencia que se siente auténtica dentro del proceso propio de la película y que resulta monumental: un encuentro de tiempos fotográficos dentro de la arquitectura de cárcel modelo de Barcelona. Las directoras seleccionaron algunas de las fotografías de la vida cotidiana de Toro, y las encajaron dentro de un encuadre más amplio que devela lo que hay más allá de la temporalidad actual y de los límites propuestos por el encuadre original de Toro.

Ellas documentan así el retrato que hacen de Toro, con una gran dosis de verdad, de cariño y sobre todo un gran respeto.

“Desde hace un tiempo venimos siguiendo la trayectoria de una luciérnaga, un ser alquimista que produce luz en medio de la oscuridad”

El Toro que se nos presenta tiene una construcción conjunta, que denota una co-creación que pareciese acordada, concertada. Un punto medio muy justo entre las luces y las sombras del personaje, un claroscuro de ética documental, la de dos jóvenes documentalistas que encuentran belleza en presentarnos a «su amigo». Así como hizo Toro, que nos cuenta en una secuencia en la que narra como después de rogarle un año, logró la serie de retratos que le hizo al «Gordito Fernando» que por la cercanía el personaje se expone “casi indefenso”, ya que como lo explica él mismo Toro, está desnudo ante la cámara de «su amigo», y es su amigo al que está mirando.

Los afectos presentes en el ejercicio documental son fundamentales, en todos los momentos del proyecto (escritura, desarrollo, preproducción, producción y post). Son necesarios para transmitir esa dosis de vida, de verdad presente sobre todo en las realidades que ocupan los tiempos en pantalla de la no-ficción. ¿Cómo observar a ese otro? ¿Cómo observar, cómo mirar, cómo narrar eso que se presenta ante la cámara? Esta película es una perla valiosa, en el camino de entender los códigos y formas que descifran estos dilemas para documentalistas y espectadores. Ginna y Adriana en últimas nos generan un encuentro de almas creadoras: más que el rostro del personaje, sus luces y sombras, con su ejercicio de aceptación y respeto, nos presentan sus propias calidades humanas expuestas en la mirada del documentalista.

Toro es el documental seleccionado por la Corporación Colombiana de Documentalistas – ALADOS, para ser presentado como una de las películas iberoamericanas seleccionadas para calificar a los premios Óscar en el 2023.