IDENTIDAD_Un agujero en la cortina de hierro
Por Jorge Acero
Egresado de la Escuela de Comunicación Social
Universidad del Valle 

[textmarker color=»F76B00″ type=»background color»]ENSAYO[/textmarker]

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Boris Vian encontraba siempre la manera de burlarse de los cánones y de lo solemne. Cierta vez insinuó que Platón, en una panfleto de 1789 (?), había afirmado que el universo se reducía a una pantalla de cine en la que se proyectan unas sombras animadas que algunos toman por la realidad, la cual en realidad se encuentra detrás de ellos. A pesar de este colorido anacronismo, admitamos que Vian tiene razón: la sala de cine es una actualización del mito de la caverna. Los mismos elementos formales están presentes: luz, sombra, proyección, proyector, tela, figuras y representaciones. Y, además, está el factor determinante del engaño y, por supuesto, de los engañados. Sin embargo, no cabe duda de que el cine puede llegar a ser muchas otras cosas, incluso una pequeña ventana, un minúsculo agujero en una cortina de hierro. Esta es la imagen que parece sugerir el director rumano Ilinca Călugăreanu en su documental Chuck Norris vs. Communism.

La película recrea los años en los que la dictadura comunista de Nicolae Ceaușescu prohibió y persiguió el cine hollywoodense en Rumania, no sólo por su contenido ideológico, sino por la abundancia material que retrataba. Era un momento de grandes privaciones en ese país europeo en distintas esferas de la vida. Había racionamientos debido a la escasez de productos, los rumanos tenían prohibido dejar el país, había persecución política y censura, las autoridades alentaban la delación entre la ciudadanía, y el clima de opresión y vigilancia se hacía poco menos que intolerable. Para la década de los 80, en Rumania había un solo canal de televisión con dos horas de programación estatal; la voz apodíctica de Ceaușescu repetía sin desmayo las dos o tres verdades del régimen.

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Chuck Norris vs Communism (2015) – Ilinca Calugareanu

En un estado de cosas tan asfixiante, el visionario y contrabandista Teodor Zamfir tomó la iniciativa. Al principio se trató de una operación de modestas proporciones, pero no por ello exenta de riesgos. Una o dos veces por mes lograba pasar algunos casetes de VHS por la frontera con Hungría, con la complicidad venal de las autoridades aduaneras. Y como aquello que se prohíbe se vuelve incontrolable, pasado un tiempo el negocio se hizo tan complejo como lucrativo. Zamfir empezó a ganar en un solo día varias veces el equivalente al salario mínimo, copiaba las cintas en unas 300 caseteras, iban a visitarlo a su domicilio y centro de operaciones traficantes de menor calado, que a su vez vendían las copias a otros distribuidores, quienes las revendían a aquellos que podían darse el lujo de un televisor y una casetera. Estos distinguidos personajes también aprovechaban la oportunidad de lucrarse; organizaban proyecciones clandestinas en sus hogares y cobraban a sus vecinos algún dinero por un lugar frente a la pantalla, incluso por un sitio en el suelo de las abarrotadas salitas de estar.

Las noches se llenaban de cine occidental, pero nadie hablaba de ello por temor a las represalias de la dictadura. No en pocas ocasiones la policía efectuaba redadas en contra de los proyeccionistas y los amenazaban con la prisión. Al final simplemente se contentaban con confiscar los videos y sobre todo las videocaseteras. Pero el gran capo de las cintas de video se sabía intocable. Pronto sus tentáculos llegaron a las más altas esferas del partido. Incluso llegó a decirse que el hijo de Ceaușescu veía las películas prohibidas. El documental cuenta que en cierta ocasión un procurador trató de presionar a Zamfir e inclusive ofendió su orgullo profesional al ofrecerle una casetera como “contribución” a su negocio. Este no paró en mientes y mandó al carajo al procurador, no sin antes estrellar su casetera contra el suelo.

La extraordinaria maquinaria ‘delictiva’ de Zamfir contaba con una pieza fundamental: Irina Nistor, quien a mi juicio es asimismo la figura central del filme. Nistor, una empleada del comité de censura de la cadena televisiva estatal, dobló del inglés al rumano alrededor de 3000 películas en la clandestinidad. Zamfir la había contactado a través de otro empleado de la televisora y, por el precio de un chocolate de contrabando, ella accedió a realizar el primer doblaje. De este modo inició una relación comercial que marcó un hito en la dictadura rumana, pues el amplio público que accedía a las cintas identificó a Nistor como la voz de una generación. Por supuesto, esto puede sonar exagerado, pero los testimonios que recoge Călugăreanu en su película lo ratifican. En un pasaje del filme se menciona que había otros dobladores a los cuales la audiencia no respondía positivamente; los espectadores se sentían engañados frente otras voces; la voz de Irina Nistor era la voz original.

Esa identificación emocional tan fuerte le dio un lugar decisivo a Nistor en la arena política, puesto que competiría contra los altoparlantes del régimen: Chuck Norris vs. Communism. Pero también Irina Nistor contra Ceaușescu; la ficción contra la propaganda. El director del documental sugiere que las películas de contrabando abonaron el terreno para la caída de la tiranía, al mostrar la bonanza de occidente y sus valores democráticos de libertad. El cine era una experiencia comunitaria: permitió la introducción de la cultura pop en Rumania, con todos sus cánones de belleza y de consumo.

Chuck Norris
Chuck Norris

No obstante, el cine también fue un lenguaje compartido de libertad y esperanza, puesto que retrataba una vida llena de posibilidades y de héroes, como Chuck Norris, que, en el marco de la narrativa épica hollywoodense, era capaz de vencer cualquier obstáculo o enemigo. En ese sentido, las películas forjaron una suerte de espiritualidad entre los rumanos. Por su puesto, no trato de decir que este es un fenómeno que sólo ocurre durante las dictaduras o en situaciones extremas. Más bien intento resaltar el valor sentimental que tiene el gesto de un adolescente rumano que, inspirado por Rocky Balboa, se levanta a las cinco de la mañana a tomar un batido de huevos crudos para luego ir a trotar.

Asimismo, el cine otorgaba referentes culturales para la crítica social en un espacio común: las salas clandestinas de proyección. Por ello no nos ha de extrañar que el régimen se sintiera amenazado por Hollywood. Ciertamente resultaba peligroso que, por ejemplo, a Ceaușescu se lo comparara con Nerón, protagonista de la película Quo vadis? (1951). Y el símil no era del todo descabellado, pues, según la tradición, el emperador fue el responsable del incendio de Roma del año 64 de nuestra era. El dictador, por su parte, había implementado en los ochentas la quema de templos e iglesias como política de Estado.

Irina Nistor por medio de su labor subrepticia experimentaba, no sólo el placer de ver películas extranjeras, sino la oportunidad no del todo anodina de pronunciar palabras que estaban vetadas por el régimen: sacerdote, los nombres de los santos, “maldito comunista” y un largo etcétera. No obstante, su papel no se limitaba a traducir el lenguaje de aquel mundo más allá de la cortina de hierro. Como insinué antes, su voz estableció un diálogo, un necesario contrapeso frente a la propaganda estatal. Era un diálogo de sordos, tal vez, pero Nistor constituía una ruptura en el régimen monofónico.

Aquí vale recordar brevemente la teorización que Mijaíl Bajtín elaboró sobre la polifonía, que, pese a expresarse específicamente en términos literarios, tiene implicaciones de naturaleza cultural que nos interesan. Para el crítico ruso, la poesía épica y lírica tradicional tenía un carácter monofónico, en tanto que uno de sus elementos característicos es la voz omnisciente del narrador o voz autoral, mientras que la novela, como género moderno por excelencia, incluye varias voces: la del narrador y la de los personajes en los diálogos (Lodge, 2011). Esto la convierte en constitutivamente antitotalitaria, pues integra diversas perspectivas.

Es por ello que el estudioso Graham Pechey, refiriéndose al trabajo de Bajtin, argumenta que el carácter monofónico

[…] puede vincularse a un proyecto que subordina el individuo al Estado; el dialogismo novelístico puede entenderse de igual modo como una metáfora del sujeto en la sociedad civil constituida por múltiples identidades y posicionamientos que se cruzan; pero toda lengua que se sitúe en una relación de ventriloquia con Dios solo puede ser un instrumento del Estado centralizador mediante un constante esfuerzo político de aislamiento y un monopolio deliberado de su uso (2012, p. 109).

No dejemos de mencionar que Bajtin desarrolló su trabajo durante la dictadura estalinista en la Unión Soviética y que por ello se vio forzado a disfrazar (¿deformar?) su pensamiento en términos de las ideas bolcheviques. Sin duda no logró escribir ni publicar lo que deseaba, pero su obra sobre lo carnavalesco, Rabelais y la polifonía consiguió comunicar un pensamiento autónomo a despecho de la fraseología marxista impuesta por el partido. Si se me permite la brusca analogía, me gustaría decir que Bajtin tuvo éxito al camuflar sus ideas, al igual que Zamfir al contrabandear las cintas de video: los dos en detrimento de la ideología dominante.

Pero volvamos a Irina Nistor y su papel como abanderada de la contrarrevolución polifónica. He dicho que Nistor desafiaba a la propaganda comunista, incapaz de inflexiones de la voz, ajena a la seducción, extraña a la risa, distante de la realidad del pueblo rumano. Ceaușescu y el partido sólo conocían la exaltación, el grito del mitin, el discurso del materialismo histórico, las mentiras ideológicas y poco más. La voz de Nistor alcanzaba registros más amplios. Comunicaba la ira, el sarcasmo, el deseo y el júbilo, intentando imitar la voz de los personajes que doblaba. Creo que aquello era el principio de un nuevo estado de cosas; de una vida sin las prohibiciones de sentir y pensar más allá del programa ideológico y de la cartilla propagandística. Nistor y Zamfir mostraban a los rumanos otro mundo posible. Esos vistazos clandestinos significarían la caída de una venda… y del régimen.

Chuck Norris vs Communism (2015) – Ilinca Calugareanu
Chuck Norris vs Communism (2015) – Ilinca Calugareanu

Ahora bien, parece que tenemos algunas cuestiones que no debemos dar por descontadas: ¿cuán diferente es la propaganda comunista y la propaganda que se vehicula a través de las películas occidentales? ¿Ambas son igualmente falsas? Sospecho que la diferencia radica en que la última es primordialmente ficción y, por ende, establece un pacto distinto con el espectador. Como propuso Boris Vian, el cine es expresamente un engaño y la audiencia se embauca voluntariamente. Excluyamos de la discusión el género documental, especialmente el Fake, pues esto nos pondría un aprieto teórico que por el momento no pretendo abarcar. Sin embargo, no dejaré de insinuar de pasada que a lo mejor todo filme de propaganda política tiene un carácter de falso documental.

Por otro lado, la propaganda (comunista o no) promete dar cuenta de la realidad, pero en últimas termina modificándola al amaño de su ideología. Asimismo, anuncia un futuro, una utopía a la vuelta de la esquina, pero los hechos la descartan a cada instante. Y un asunto nada menor: la propaganda en tiempos de dictadura es incontrovertible, incuestionable. En cambio, en una democracia liberal el cine puede ser objeto de sospecha sin temor a la prisión, la muerte o el exilio. Nuestro pacto como espectadores es ficcional y allí también radica parte de una cuestión más compleja: ¿por qué preferimos la ficción a la mentira?

Quizá la respuesta esté en que las mentiras son una suerte de prisión y, por contraste, la ficción son relatos de libertad. En cualquier caso, el director rumano Ilinca Călugăreanu nos ofrece una película que plantea la posibilidad de una experiencia fílmica liberadora, contestataria, (contra)revolucionaria, genuina, múltiple, colectiva, individual y clandestina. Retrata la resistencia de una nación sumida en las sombras y nos muestra cómo el cine puede ser una caverna de sueños colectivos, pero también un desafío a la monofonía y la propaganda. El cine puede ser un orificio en la cortina de hierro. Por allí se filtra toda la luz.

 


 

CS3043059-02A-BIGFicha técnica
Premier: Noviembre 12, 2015 (Alemania)
Director: Ilinca Calugareanu
Guion: Ilinca Calugareanu
Música: Anne Nikitin, Rob Manning
Productores: Mara Adina, Brett Ratner

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Bibliografía

Lodge, D. (2011). The art of fiction. London: Vintage.
Pechey, G. (2012). Bajtín, la poesía, la verdad, Dios. En K., Hirschkop & D. Shepherd (eds.), Bajtín y la teoría de la cultura (p. 109). Bogotá: Instituto Caro y Cuervo.
Vian, B. (2009). A tiro limpio. Barcelona: Tusquets Editores.

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Jorge Acero
Nunca sospeché que la palabra oficinista llegaría a describirme alguna vez. Se trata de una pesadilla. Como Sísifo, espero a que llegue cada fin de semana. Me emborracho; no todas las veces. Duermo, leo y escribo. Trato de no pensar demasiado. Recientemente compré Las Obras Completas de Borges y tres pares de zapatos.