Viaje al fondo del miedo
Por Hugo Chaparro Valderrama
Laboratorios Frankenstein© .
[textmarker color=»F76B00″ type=»background color»]RESEÑA[/textmarker]
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En La sirga (Vega, 2012), Alicia, la muchacha fugitiva de la guerra, está amenazada por la muerte y la soledad como sombras que no se apartan de ella. Tuvo que escapar de su pueblo después de que le incendiaran la casa. El destino y su ironía la llevan hacia otra casa, donde vive Oscar, su tío, y el aire es tan espeso y gélido que las tensiones del miedo son fantasmas entre sus habitaciones.
Con Flora, la mujer que acompaña cuando puede a Oscar –“cuando puede” es “cuando no está su marido”-, Alicia se ocupa en reparar y prevenir el deterioro de “La sirga”, una pensión a la espera de los turistas que jamás llegan. Dos personajes más se enfrentan al misterio: Fredy, el hijo ausente de Oscar, que regresa a “La sirga”, iluminado de forma oscura por un pasado turbio y un presente aún más siniestro, y Gabriel, un muchacho que recorre de una costa a otra la laguna, su paisaje de agua fría cubierto por un silencio de mármol, como un testigo implacable, inquietante y semejante a los juncos que navegan como un presagio, avanzando contra el viento.
Cinco personajes que definen las tensiones de una experiencia cinematográfica y humana, en la que sus emociones están sugeridas para filmar el horror como un espectro que asedia sin manifestarse del todo; sin explicar las imágenes del crimen; la semblanza de la muerte como una maldición devastadora por la fractura de lo que pudo ser posible y quedó reducido a la esperanza –lo que rescata el vestigio del amor que no será entre Gabriel y Alicia cuando ella guarda las tallas que él hizo en madera como un gesto de frágil pero ilusionada seducción-.
Una historia definida por el sonambulismo de Alicia y por su ritual, que protege la memoria, sumergiendo velas en el agua, escondiendo sus secretos y el pasado que se apaga, ahogando el brillo tenue de sus recuerdos difusos.
La energía de las metáforas, que activan la imaginación y sugieren un enigma dormido tras el silencio, es un recurso dramático que subraya las pasiones que agobian a los personajes. La pasión que se revela en la quietud animal de Oscar mirando a Alicia mientras se desnuda antes de acostarse, sin atreverse a cruzar el umbral en claroscuro.
La sirga es la comprobación de una evidencia en la historia del cine –y, por extensión, en la historia del arte- cuando los términos entre un país y sus demonios pasan del alegato y la desesperación, del estruendo y el clamor para comprender el caos, al terreno de los símbolos y de sus alegorías, acaso más impactantes que la explicación sociológica o los rótulos políticos –un ejemplo clásico nos recuerda al expresionismo alemán de los años 20; un ejemplo reciente al cine rumano realizado en la primera década del siglo XXI, describiendo con un realismo crudo la herencia de Nicolae Ceausescu-.
La sirga es un hallazgo formal y narrativo acerca de las preguntas que se ha hecho el cine en Colombia –y que se le han hecho al cine en Colombia-, sobre cómo recrear los temores de un país agobiado por la muerte, aparte de registrar un paisaje, el departamento de Nariño, que permanecía inédito en la pantalla local, con su dicción, su atmósfera y el tono del mundo andino donde no se dice todo y lo demás se averigua.
El guión y la dirección de William Vega son el después del antes, que resuelve una larga duda con la certeza que permite el talento y su aprendizaje; la respuesta al enigma de filmar regionalmente a Colombia, logrando ese espejismo, el tono universal de una historia, comprensible más allá de los límites geográficos, con imágenes cercanas a la poesía, incluso aunque nos sugieran la soledad de la muerte.
Las casas inundadas, las atmósferas cruzadas por el viento y la niebla, podrían recordarle a un espectador ansioso por establecer relaciones los paisajes de Tarkovsky, su afirmación al respecto del sonido y la imagen para recrear en la pantalla “no sólo el mundo interior del autor, también lo que yace al interior de ese mundo, aquello que es esencial en él y no depende de nosotros”.
De nuevo, el misterio. La imagen que recibe al espectador en La sirga, después de escuchar el rumor del viento en los créditos iniciales, deteniéndose la cámara unos segundos sobre el cadáver de un empalado, solitario entre la bruma, apareciendo después los juncos que navegan contra el viento y, luego, Alicia, extraviada en el paisaje de un páramo, sufriendo de la claustrofobia al aire libre que acorrala a los perdidos en medio de ninguna parte, son la introducción al miedo que respira agazapado en el relato.
El aspecto visual que le otorga a la puesta en escena la dirección de fotografía de Sofía Oggio Hatty, magnifica el paisaje con un preciosismo justo, prolongando la precisión del relato con la precisión que enseñan las imágenes y su énfasis en la atmósfera y la emoción del drama. El ojo puede establecer otra relación caprichosa cuando descubre el tratamiento de las velas como fuentes de luz que acarician la mirada en una secuencia que proyecta la imagen de un sueño sobre la pantalla, cuando Alicia camina con una vela entre sus manos y unas truchas boquean sobre una mesa, logrando una atmósfera cercana a las que Georges de la Tour consiguió en pinturas como El niño recién nacido, María Magdalena o San Sebastián cuidado por Santa Irene. Imágenes que permanecen por sus composiciones “sencillas y tranquilas (…) iluminadas por una sola antorcha”, permitiendo imaginar que el siglo XVII estrecha su mano con ciertos fragmentos visuales del siglo XXI en un film.
El exterior y el interior están relacionados no sólo espacialmente: los actores –Alicia (Joghis Seudyn Arias, una chica con rostro de actriz rusa); Oscar (Julio César Robles); Flora (Floralba Achicanoy); Gabriel (David Guacas); Fredy (Heraldo Romero)- son climática y emocionalmente como icebergs; aparentemente fríos y sugestivos por lo que callan en contraste con lo que dicen. Crean sus personajes desde el interior, con una gestualidad contenida, sin abrumarse entre sí cuando los diálogos representan un misterio velado, jamás revelado del todo.
Y como telón de fondo, el país que les tocó en suerte. Rencoroso, vengativo, manifestando su odio con la situación extrema de la muerte. Con treguas momentáneas: Oscar, reunido con sus amigos, aplaudiendo tristemente la música melancólica que rasgan un violín y una guitarra, sin olvidar el asedio que puede sufrir Alicia en garras de los borrachos.
Una pasión por el crimen que lo descompone todo. Registrada sin gestos escandalosos. Sin truculencia retórica. Otro iceberg sumergido en la conciencia. Flotando calmadamente, como los juncos siniestros, hasta que explota el rencor y queda como una mancha en el paisaje –vislumbrada por Oscar desde su bote, al final de la película, sin que le preocupe mucho la condena a la fatalidad, el malestar que le cause, aliviado con el agua de escorpión que friega cada noche en su cuerpo-.
La sirga muestra un cine realizado sin complejos. Con la plenitud del oficio –aunque se trate de una ópera prima-. Cruzando por la pantalla sin la broma de los lugares comunes. Recreando un mundo autónomo según las leyes que lo dominan. Sin rendirle cuentas a nada distinto a la tradición de la que proviene –la historia del cine en su dimensión más amplia-. Salvando la obligada denominación de origen cuando se adjetiva al cine doméstico como una condición estética ineludible con el lapidario colombiano –ser colombiano, “un acto de fe”, según Borges-, superándose a sí mismo en esta película filmada en el tiempo sin tiempo que define a un clásico.
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Hugo Chaparro: Bogotano, nacido en 1961, Hugo Chaparro dirige Laboratorios Frankestein desde donde se dedica a escribir poesía, novelas y ensayos sobre cine, literatura y música. Entre sus textos se destacan Lo viejo es nuevo y lo nuevo es viejo y todo el jazz de New Orleáns es bueno (ensayo, 1992), El capítulo de Ferneli (novela, 1992), Imágenes de un viaje (Premio Nacional de Poesía Colcultura, 1993), Si los sueños me llevaran hacia ella (novela, 1998) y |Para un fantasma lejano (Premio Nacional de Poesía Misterio de Cultura 1998). – – – – – – – – – – – – – – – – – – – – – – – – – – – – – – – – – – – – – – – – – – – – – – – – – – – – – – –
1 Publicado en La Patria, Papel Salmón, 9/IX/2012
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