Espacios contra una dictadura
Por Maryoli Ceballos
Estudiante de Comunicación Social
Universidad del Valle
[textmarker color=»F76B00″ type=»background color»]ENSAYO[/textmarker]
.
– –
El cine, ha sido una de las tantas formas que le ha permitido a muchos sacar a flote innumerables expresiones, sentimientos, sensaciones; ha significado una magnifica forma de poder hacer arte, además de ser “una tecnología y una industria”, tal como lo afirmaba Ramiro Arbeláez en cierta ocasión dentro de una aula de clases. Lo que quiero exponer a continuación puede sonar muy obvio, pero de eso es lo que he decidido escribir.
– –
.
La historia de las proyecciones cinematográficas se sitúan en un día marcado en el calendario como 28 de diciembre de 1895, cuando unos caminantes de los corredores de París ingresan por primera vez a una sala cinematográfica, ubicada en París en el número 14 del Bulevar de los Capuchinos, bajo el Hotel Scribe. A partir de esa primera vista de imágenes de gente que caminaba, corría, saltaba, bailaba, reía y lloraba en pantalla gigante, los comportamientos de los espectadores se han venido transformado, y con ellos y antes de ellos, también lo han hecho los espacios, los seres, los sentires, y la misma evolución de las formas narrativas, lo que ha dado como resultado la conformación de un conjunto de diferentes tipos de salas, de acondicionamientos y de públicos.
La historia de la exhibición cinematográfica en un primer momento estuvo marcada por grandes inversiones que fueron el fruto de la aceptación del público, pero también fueron el resultado de un sinnúmero de luchas y conflictos sociales, tales como la época en la que aparece la televisión de forma masiva. Para no perder todo lo que el cine había conquistado por cuatro décadas, éste tuvo que recurrir a los factores que a la televisión le faltaban, como el tamaño de las pantallas, la viveza de colores, la fidelidad sonora, la originalidad musical y otras características que solo el cine tenía a su favor.
Al continuar con la transformación de las grandes ciudades, nos aproximamos a una época en la que la inseguridad prevalece como consecuencia de las desigualdades sociales, al mismo tiempo que el crecimiento de las urbes da paso a la falta de iluminación callejera, y todo parece presentarse como un obstáculo y una competencia para el cine; algunas salas de exhibición cinematográfica no son capaces de sobrevivir y son cerradas, otras se convierten en bodegas, parqueaderos o templos religiosos. Ante tal exterminación, los soñadores de mundos nuevos y amantes de este arte se unen para crear otros espacios de reunión social, surgen así los centros comerciales y dentro de ellos las nuevas salas de cine.
Con estos nuevos espacios, el concepto de sala de cine se distorsiona al ofrecerse junto a las ofertas de ropa, comida y juegos infantiles, el cine parece conjugarse dentro del paquete de mercancías de consumo rápido.
Después de hacerse un diagnóstico de las salas de cine, se resuelve que este tipo de hacer arte requiere de nuevos espacios para su presentación, y con ello también se necesita implementar una formación de gestores de proyectos de exhibición sostenibles y la constitución de una red alterna de distribución y exhibición de obras audiovisuales. Así, el cine Latinoamericano, y por ende el colombiano llega a atravesar por una bonita etapa de cambios favorables, en la que no solo se están modificando los espacios de proyección, sino también los modos de percibir y de sentir, llegando así a ampliarse la oferta de películas que aparecen con nuevos retos para los gustos y sensibilidades de los públicos que comienzan a formarse.
Las salas de cine inmersas dentro de los Centros Comerciales ya no son el principal centro en el que convergen diferentes actores sociales y diferentes miradas, y la delgada línea del espectáculo y el entretenimiento ha sado quebrantada por nuevas presentaciones, narraciones, percepciones y miradas, todo lo que parece ofrecer un cine que busca más allá que vender.
Las proyecciones cinematográficas comienzan a trasladarse a otro tipo de espacios, considerados más cómodos, más asequibles a los espectadores, más abiertos al análisis y más captadores de público. Por ejemplo, el cine de barrio, cine que ha tenido que competir con otros espacios e instituciones sociales como la iglesia y la plaza pública. Con esta modalidad de distribución cinematográfica, el cine y los grupos sociales marcan un nuevo punto en la historia, ya que se fomenta la formación de grupos que participen de estas propuestas ya sea como colectivos realizadores, productores, actores o espectadores; además, se busca fortalecer las llamadas subculturas mediante la aparición de rasgos de identidad percibidas en las formas de narrar, en las formas de vestir, en los modos de hablar, en las gestualidades, y en otros aspectos de las mismas gentes que colaboran en estas nuevas formas de hacer arte en movimiento.
En sus inicios, el cine de barrio era característico de ciudades consideradas en desarrollo, se creía necesario entonces hacer una distinción de un cine que llegara a otros sectores, aparece entonces el cine a la calle que intenta tener mayor cercanía con los barrios populares. Una de las experiencias más significativas de este tipo fue la conocida como el tren de Alexander Medevkin, un cineasta ruso que comandó un tren itinerante donde a la vez que iba exhibiendo ficciones y documentales por diferentes lugares de la geografía soviética, también realizaba nuevos filmes sobre los sitios y los públicos visitados, una manera de compartir información y estrechar relaciones entre los pueblos.
A partir de los años 80 con el avance tecnológico las experiencias callejeras comienzan a incrementarse. La aparición y desarrollo de tecnologías a favor de la imagen y el sonido nos permiten ahora tener al alcance de la mano variadas proyecciones de cine con todas las comodidades que pueden darse tanto en el hogar con la multiplicación de canales de TV especializados en géneros, épocas y temáticas, como también en lugares de trabajo, en las aulas de clase, en los teatros, en los parques, incluso en lugares como la playa o el campo; todos estos considerados como pantallas alternas.
Las pantallas o salas alternas, son aquellas que además de buscar un financiamiento lucrativo tienen propósitos culturales, artísticos o educativos, lo que las diferencia de otras salas de cine son su naturaleza no comercial, son espacios abiertos al público y las comodidades que se presentan radican en la satisfacción del mismo. Otra de las características de estos espacios es el tipo de cine que se exhibe y las formas en que se programa, todo anclado con la ejecución de un trabajo complementario a la exhibición.
El cine que se proyecta en estas salas no hace parte de las principales carteleras del cine comercial, sino más bien se trata de un cine independiente cuando los realizadores no necesariamente se rigen por los estándares económicos, o cine de autor cuando se expresa el universo propio del director, o cine periférico, cuando cultural, geográfica o económicamente se realiza al margen de los principales centros de producción cinematográfica en el mundo, o tercer cine, termino muy usado durante los años sesenta para identificar un cine de militancia política.
Lo que se propone en las salas alternas es poder abordar los nuevos medios, que no solo se trata de aparatos, hardware, sino de software audiovisuales, salidos de la combinación del arte y la información.
Puede que ahora no estemos frente a las salas oscuras, acompañados de palomitas de maíz dispuestos a presenciar una obra de la que muchas veces desconocemos su naturaleza, sino que estemos frente a una sala que quiere representar un espacio de movimiento cultural, pero “una película en cualquier espacio en el que se represente tiene consecuencia en la sensibilidad, en los gustos, en los hábitos, en las ideas, en los sentimientos y en los estados de ánimo de los espectadores”, (Arbeláez, 2004) y ese es uno de los cambios principales que estos nuevos espacios han generado.
La distribución independiente, que representa estas formas de exhibir lo que hemos considerado el séptimo arte, no requiere de reglas establecidas ya que se trata de un tema de oportunidades y posibilidades. Lo que el distribuidor de este tipo trata de hacer, es llenar un vacío que tiene el público de ver películas diferentes a las que se ofrecen en una cartelera de cine comercial.
Entonces, ¿cuál es la etapa en la que se encuentra lo que vemos, filmamos y amamos?
.
.
Maryoli Ceballos
Estudiante de Comunicación Social de la Universidad del Valle (Cali-Colombia) Dirigió cortometrajes tales como: Mujeres de Tierra (documental 2012) Malaire (ficción 2013) participando así en varios festivales de cine locales. En la actualidad adelanta otros proyectos documentales centrados en las vidas y en los ambientes rurales.
.